El análisis de génes de restos óseos ha permitido averiguar que la bacteria de la peste infectaba a humanos hace 5.000 años, cuando comenzaba la Edad del Bronce.
“ Miré, y vi un caballo bayo. El que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hádes lo seguía: y les fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra”. Así se refiere el Apocalipsis al cuarto jinete, que monta un caballo cadavérico. Se le suele conocer como Muerte, pero en muchos libros también lleva el nombre de “Peste”.
Y con razón. La peste es una de las plagas que más huella ha dejado en la historia del ser humano. Algunos estudiosos relacionan la caída del Imperio Romano con la dispersión de esta enfermedad. Durante siglos la peste fue una catástrofe capaz de dejar ciudades completamente devastadas, en las que a veces no queda-ron vivos suficientes como para enterrar a los muertos. En el Siglo XIV, la Muerte Negra acabó con el 60% de la población europea, según el Centro de Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC). Ya a principios del siglo XIX, la sacudida de la peste dejó 10 millones de muertos.
Ahora, un equipo internacional de investigadores ha analizado el genoma de personas que vivieron hasta hace 5.700 años y ha descubierto que la peste era una enfermedad habitual entre los humanos hace unos 5.000 años, lo que supone que es casi dos veces más antigua de lo que antes se pensaba. El hallazgo, obtenido después de analizar los genes encontrados en dientes de 101 personas que vivieron en la Edad del Bronce entre Siberia y Polonia, ha sido publicado en días pasa-dos en la revista “Cell”, y refuerza la idea de que la peste fue un determinante cru-cial en la historia.
“Hemos descubiertos que Yersinia pestis (la bacteria que causa la peste) aparició mucho antes de lo que se pensaba, y hemos estrechado la ventana temporal de cómo evolucionó”, ha explicado Eske Willerslev, investigador de la Universidad de Cambridge y el autor principal del estudio.
ESPADAS Y BACTERIAS
Hasta ahora, el primer registro histórico de esta devastado-ra enfermedad se remontaba a la plaga de Justiniano (en el 541 D.C.), que dejó 25 millones de muertos entre los siglos VI y VIII. Pero ahora, gracias al aná-lisis de los genomas, la historia puede re-escribirse. Según han averiguado los in-vestigadores, la peste emergió al co- mienzo de la Edad del Bronce y podría ser la responsable de las grandes caídas de población que ocurrieron 4.000 y 3.000 años antes de Cristo.
“La Edad del Bronce fue un período muy importante en la producción de armas de metal. Se cree que esto favoreció las guerras, lo que es compatible con que en ese momento se produjeran grandes movi-mientos de la población”, ha dicho Marta Mirazón-Lahr, una investigadora de la Uni-versidad Willerslev de Copenhague que ha participado en el estudio. Según ella, este período de migración tan activa podría haber propiciado la dispersión de las pri-meras variedades de la peste.
Los científicos han encontrado pruebas de que en aquel momento, un simple caza-dor infectado con la peste podía contagiar y acabar con una comunidad entera en dos o tres días. Mientras que el infectado comenzaba a sufrir fiebre alta, escalofríos y expulsión de flema al toser, los que pasa-ban a una distancia de unos dos metros corrían el riesgo de inhalar la bacteria ex-halada con la tos, con lo que quedaban contagiados. En cuestión de horas, la ma-yoría de los infectados moría, en medio de una ataque devastador de tos seca.
UNA PLAGA AÚN MÁS DEVASTADORA
Pero aún podía ser peor. Después de analizar millones de secuencias de genes presentes en los restos de los huesos de 101 personas que vivieron en la Edad del Bronce, los científicos han encontrado dos huellas que muestran que Yersinia pestis “aprendió” a ser aún más contagiosa y letal. Por una parte, encontró un animal que actuó como “autobús” para transpor-tarla entre las personas, la pulga, y por otra, descubrió como aumentar su capaci-dad destructiva en el cuerpo.
Estos cambios se produjeron gracias a unos cambios genéticos que son, en pri-mer lugar, la presencia del gen de virulen-cia ymt, que protege a la bacteria en el interior del intestino de la pulga y que ade-más provoca que esta se quede hambrien-ta y empiece a picar con mayor intensidad. Y, en segundo lugar, la presencia de pla, un gen activador que permite a la bacteria no solo infectar el tejido de los pul-mones, que causa la tos, sino tam-bién pasar a la sangre y a los gan-glios linfáticos. Así, nació la peste bubónica (por la hinchazón que causaba en los ganglios y que pa-saban a llamarse bubones).
Los años venideros le dieron el caldo de cultivo ideal a Yersinia pestis para que se convirtiera en una plaga permanente que diezma-ba a la población y que producía brotes más puntuales de extrema capacidad destructiva. Así, las es-padas, las guerras y los movimien-tos de población consiguientes, la vida en grandes poblaciones, las nulas medidas de higiene que se seguían y el trasiego de los hombres y los animales a bordo de los barcos sobre todo en el Mediterráneo y Asia, favorecieron la dis-persión de la terrible plaga.
“Cada patógeno tiene que mantener un equilibrio. Si mata al hospedador antes de que pueda extenderse, llega a un “punto muerto” y su expansión se frena. Por eso, las enfermedades altamente letales –co-mo la peste– requieren unas condiciones demográficas muy concretas para expan-dirse”, ha dicho Robert Foley, investigador de la Universidad de Cambridge que tam-bién ha participado en el estudio.
Según él, la primera peste, la neumó-nica, “estaba más adaptada a la Edad de Bronce. Cuando las sociedades euroasiá-ticas crecieron en complejidad y las rutas de comercio se abrieron, quizás las condi-ciones favorecieron a la variante más letal de la peste”. En consecuencia, la peste más peligrosa, la bubónica, apareció en Armenia en el siglo X, desde donde segu-ramente se extendió a Oriente Medio y de ahí al resto del mundo.
Si en la Edad Media los “médicos de la peste” iban equipados con una máscara en forma de pico de pájaro que iba rellena de hierbas y perfumes para protegerse, y con un palo de madera para alejar a los enfermos si se acercaban demasiado, los médicos actuales cuentan con una pode-rosa herramienta para luchar y quizás erradicar a la peste de los lugares donde aún permanece: los antibióticos. Si es cierto lo que sostienen algunos acerca del peligro de que no se investiguen nuevos antibióticos, quizás la peste vuelva a escribir la historia como ya ha hecho durante milenios.
Gonzalo Syldavia Madrid
ABC - CIENCIA.
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