El invento que sustituyó a la orina como producto de limpieza

A mediados del siglo XX empezó a surgir una famosa gama de detergentes que revolucionaron los hábitos de lavado.


Bola con detergente, empleada para el lavado de ropa y otros elementos.

Puede parecer lógico, pero no lo es. La fastuosa colección de productos de limpieza que suele albergar cada casa (normalmente, debajo de la pila de la cocina) no está ahí por arte de magia. Es resultado de años donde los viejos jabones que no se han gastado deben hacer hueco a las novedades que presenta el mercado en forma de cápsulas, geles y otros formatos futuristas. En este surtido (al que muchos parecen tener alergia) posee un lugar privilegiado el detergente.

Pero antes de su aparición, por muy extravagante que parezca, el “detergente” más primario fue la orina. Pancracio Celdrán, padre de “El Gran Libro de las Cosas” (La esfera de los libros, 1995), incide en esa dirección: “durante mucho tiempo, la orina fue empleada como tal, ya que uno de sus componentes, el amoniaco, posee efectos detergentes”, y bucea en su origen etimológico: “la palabra, de origen latino, terfere significa ‘limpiar’ en aquella lengua, comenzó a emplearse para abarcar toda una extensa gama de productos que iban a ver la luz entre los años finales del siglo pasado y la primera mitad del XX”.

Pero hasta su uso cotidiando tuvieron que pasar diferentes personajes que como en una sucesión de dominó, fueron colocando la tecla siguiente hasta dar con un producto que sentaría las bases posteriores de su posterior industrialización. “En el siglo XIX, el investigador S. Krafft había descubierto cier-tas propiedades jabonosas en sustancias no grasas, hallazgo que sirvió al norteamericano Twichell y al químico belga Reyehler para encontrar el camino que conducía a la meta buscada: un detergente capaz de sustituir al jabón con ventaja. La solución parecía cerca-na en 1913... pero era un producto de obten-ción muy cara”.

Tres años después vio la luz en Alemania el primer detergente sintético, cuyo origen se engloba dentro de las alarmantes necesida-des que sufrió la población en el transcurso de la Primera Guerra Mundial. “Era un mo-mento en el que por carecerse de materias primas, ante la escasez de las grasas natu-rales, sustancias de las que se elaborada el jabón, se recurrió al uso de otras materias, siendo su resultado el hallazgo de hekal. Era un producto malo, pero paliaba los estragos que la escasez de jabón hacía en la pobla-ción”, explica Celdrán.

MASIVA COMERCIALIZACIÓN

Pasada la contienda, las pruebas para dar con un detergente eficaz volvieron a cobrar fuerza, iniciándose en los años treinta una carrera por evolucionar el producto. “Primero mediante la adición de fosfatos al ya exis-tente, y luego al uso de derivados del petró-leo. Claro que el factor decisivo llegó con el invento de los agentes blanqueadores fluo-rescentes. El producto funcionaba, pero na-die sabía cómo ni por qué. No importada. En 1945 la publicidad a escala mundial dio a conocer el producto y extendió su uso a escala planetaria”.

Sobre está base ya generalizada fue apa-reciendo una famosa gama de detergentes que pronto calaron en los hábitos de limpieza de los consumidores, como así recopila Cel-drán. “De aquella generación de detergentes pioneros, el más antiguo todavía en el mer-cado parece que es Lux en escamas, creada por la firma inglesa Unilever, en 1921. Tras el vinieron nombres como Vim, Persil, Omo, Ski. Y elmcurioso detergente glotón, el Ariel, creado en 1968”. El primer detergente líquido aún tardaría quince años en aparecer y no sería hasta varias décadas cuando se empezó a comercializar en formato pastilla.

A. S. MOYA@ASMOYA10 / MADRID

ABC - CIENCIA

 
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