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En muchas ocasiones fue el cumpleaños más celebrado de Brasil pero el que cumplió el martes 27 fue el menos bullicioso y la concurrencia estuvo circunscrita a su círculo familiar más estrecho. Luiz Inácio Lula da Silva llegó a los 70 años acosado por la pérdida de fuerza de su partido, las denuncias de corrupción que lo apuntan y que han vuelto pasado remoto la aceptación popular exuberante de la que un tiempo gozó. Dejó el gobierno en 2010 con una popularidad superior al 80% y ahora los decididos a volver a votar por él solo pasan el 20%. La economía en recesión, la inflación y el desempleo a galope han ensombrecido la posibilidad de tenerlo como candidato a un tercer período en las elecciones de 2018.
Cinco años atrás, desbordaba felicidad cuando la multitud que lo agasajaba gritaba: “Lula, tu presente (obsequio), Dilma presidente”. Dilma fue electa en 2010 y reelecta el año pasado por un margen estrecho y en segunda vuelta. Pero en un año pasaron muchas cosas marcadas por el agravamiento de los malestares económicos.
En una admisión del mal humor que prevalece entre muchos brasileños que votaron para reconducir a Dilma Rousseff para un segundo mandato, Lula lamentó: “Ganamos la elección con un discurso y después tuvimos que cambiar”. La presidente tuvo que ajustar el curso y recortar gastos, acción limitada en un estado en el que un 90% del presupuesto está comprometido, gran parte en sueldos y previdencia social para una frondosa burocracia.
Con la amenaza de ser investigado por malos manejos administrativos, ahora unificados bajo el eufemismo de corrupción (la policía incursionó en las oficinas de su hijo en busca de evidencias de tropelías), el barco en el que llegó al poder el PT luce a la deriva. Las perspectivas señalan que las sombras persistirán todo el próximo año, cuando remontar la distancia que ganaría la oposición sería casi imposible. El futuro político del ex mandatario que llevó a pensar que Brasil dejó de ser país del futuro para empezar un presente luminoso, está amarrado a lo que ocurra con el gobierno de Rousseff.
La imposibilidad de Daniel Scioli de ganar en la primera vuelta presidencial argentina, afirmó la imagen de que el sol declina para los gobiernos que estuvieron cerca de cubrir el mapa continental. El derrumbe de precios de las materias primas que exporta la región quitó oxígeno a muchas de las expectativas que crearon estos años. Ahora están frente a una realidad diferente: El estado ha dejado de tener holguras y llegó la hora de administrar la escasez.
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