Aprovechando un fin de semana, entre una audiencia judicial y otra de las que me lleva a la capital Uncía, cumplí un antiguo deseo de conocer Colquechaca y Aullagas en el norte del departamento de Potosí.
Este norte es, sin duda, enigmático, olvidado por los historiadores, encierra capítulos de la historia patria llenos de hechos dramáticos y pintorescos, de sacrificio y esfuerzos sin cuenta, riqueza minera no auscultada y una población urbana y aborigen con coloridas costumbres. Y, sobre todo, una música lo caracteriza por su armonía y aires melancólicos que lo hacen singular. Por esta especial diferenciación del resto de Potosí, ese norte es merecedor de constituir un nuevo Departamento que puede llevar el nombre de Chayanta, con el que fue conocido en la Colonia.
En él están pueblos pintorescos como Caripuyo, Sacaca, San Pedro de Buena Vista, Acasio, Torotoro, Pocoata, Macha, Revelo y otros que tuvieron, en otro tiempo, vida autárquica. Ese norte fue el granero junto a Cochabamba, cuya producción de maíz y trigo llegó hasta la costa, de donde su comercio volvía con aguardientes y otros productos.
Es lamentable decirlo, pero hoy se ha convertido en expulsor de mendicantes en terrible contradicción con el apogeo de otrora.
El bus llegó tarde a Colquechaca, a las 17 y ya no se pudo hacer otra cosa que buscar alojamiento y guía para subir a Aullagas. Felizmente, pude concretar con un joven para subir al día siguiente a las 5 de la mañana, y volver de Colquechaca a Uncía a las 7.
Colquechaca, el emporio que en el Siglo XIX engordó a la burguesía sucrense, es como todo pueblo abandonado, descuidado y sin servicios, cuando podía ser una zona urbana atractiva para el turismo arqueológico e histórico. Pero cómo pretender semejante cualidad, con habitantes indiferentes y autoridades despreocupadas e incapaces que ¡solo son políticos!
En la madrugada del día siguiente, a la hora señalada subimos en el vehículo del joven que me narraba en el camino leyendas fantásticas de la zona y a la media hora, más o menos, llegué a percibir, entre la niebla siluetas de construcciones fantasmales, hasta que se detuvo en una pequeña planicie diciéndome: Esta es la plaza y aquella la iglesia.
Aullagas fue, en el Norte de Potosí, una de las cuatro poblaciones de españoles que en la Colonia explotaron la plata y lo que quedó son ruinas. Todas las construcciones son de piedra, igual que de la iglesia y su campanario con los huecos de las campanas sin el cencerro que llame a la oración. Me dijo mi amable guía, todas las casas tenían cubierta de paja, incluso la iglesia y, ahora solo quedaban desnudas las piedras unidas con una argamasa de barro y cal, lo que se notaba en las paredes del templo.
Yo miraba y admiraba tanta ruina desolada que a nadie preocupa. Si Machu Picchu es el monumento de las minas del incario, Aullagas lo es de la Colonia española, digna, igualmente, de ser restaurada y reconstruida para la admiración de estudiosos, artistas y turistas de todo el mundo.
Aullagas es la maravilla de la Colonia que sería la custodia de la vida de explotadores opulentos, tesoros y muebles de entonces. La iglesia tendría altares de plata y ornamentos de oro, pinturas e imágenes de santos y santas y su campanario con sus seis campanas completas. Y de tanta opulencia ¡nada quedaba! Solo ruinas de las casas y de las calles bien trazadas, no hay un solo habitante en ese lugar ruinoso. ¿Dónde fue a parar tanta riqueza? ¿Por qué el destino trágico del Alto Perú, hoy Bolivia, de ser siempre tan saqueado, inmisericordemente? Todas las iglesias del Altiplano y de las ciudades y pueblos del occidente fueron revocados de plantería y cálices de oro que el fervor religioso de una sociedad fanática cubrió. Y todo fue robado.
Desde el Mariscal de Ayacucho, que fue el primer depredador de la riqueza y arte religiosos de la naciente República, hasta el presente ¡no para el saqueo!
Al retornar, en el ingreso a Colquechaca hice una observación a mi guía: ¡Aquí la gente se ve muy pobre! Eso le parece, contestó, pero al contrario, hay gente muy rica, esos que le parecen pobrecitos, hasta miserables, tienen casas, edificios en Oruro y Cochabamba, tienen flotas, camiones y volquetas. Pero, entonces, ¡por qué tienen a su pueblo en el abandono!
Ellos podrían contribuir para el arreglo y embellecimiento de su pueblo. ¡Hacer un plan de restauración urbana, tantas cosas con que los ciudadanos pueden aportar! De hecho Colquechaca, de una sola calle principal kilométrica, muestra construcciones de dos plantas que pueden ser restauradas, tener servicios de hotelería más confortables, contar con restaurantes de comida local sabrosa y cafeterías. En toda mi estancia no pude tomar café porque no había un solo local para tal fin. Hay tanta desidia culpable que no solo es atribuible a las autoridades. Es más bien, desinterés, flojera, pasividad y apatía de la población que solo quiere a su pueblo en las fiestas patronales, donde compiten en derroches increíbles; aun en Aullagas, que es la única ocasión en que hay gente, según la narración de mi acompañante.
Hay tantos pueblos en Bolivia que denotan haber tenido gusto urbano y arqueológico, pero que ahora están siendo afeados por el planchado de fachadas y el empleo del ladrillo y cemento, como si estos materiales fueran demostración de progreso y desarrollo.
¡Hay tanto hay por hacer y reconstruir en esta Patria “inocente y hermosa!
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