Ernesto Bascopé Guzmán
Es evidente que el referendo de febrero a nadie causa indiferencia. Por el contrario, la creciente intensidad del debate ciudadano augura que viviremos un periodo de intercambio apasionado de argumentos e ideas, tanto a favor como en contra de la reelección. Esto es grato para los demócratas convencidos, que vemos en esta dinámica confrontación de posiciones un signo inequívoco de la vitalidad de la aún joven democracia boliviana.
Mejor aún, en otra señal de la firme convicción democrática de nuestros conciudadanos, constatamos que numerosos grupos de la sociedad civil han quitado protagonismo a los políticos, sobre todo en el campo del No. Estos grupos de la sociedad civil plantean argumentos de una gran diversidad, desde una multiplicidad de perspectivas ideológicas y experiencias. Lo que resulta esperanzador, si interpretamos esta participación activa como un síntoma del gran potencial de organización de la sociedad boliviana, perfectamente capaz de esquivar los canales tradicionales de representación, partidos y sindicatos, para manifestar la complejidad y riqueza de su voz
Sin embargo, este cuadro positivo se ve empañado por algunos excesos discursivos, provenientes tanto del oficialismo como de representantes de la oposición parlamentaria. En efecto, una breve revisión de las declaraciones políticas de las últimas semanas nos muestra un cuadro de simplificaciones, medias verdades y descalificaciones que no contribuyen al desarrollo y profundización de nuestro sistema democrático. Pareciera que la clase política no está dispuesta a participar en el debate político con la altura que está demostrando, y exigiendo, la ciudadanía.
Es así que, desde el oficialismo, algunas voces han optado por el discurso de la polarización, en una monótona repetición de anteriores estrategias electorales, que no por exitosas son menos perjudiciales para la democracia. En el mismo orden de cosas, han reducido el referendo a una manifestación de afecto al Presidente, como si cambiar la Constitución fuera un asunto menor, apenas más serio que una encuesta de popularidad. Finalmente, en un extremo muy criticable, han recurrido al argumento del miedo, advirtiéndonos del retroceso inmediato a un tenebroso pasado en caso de optar por el No.
La situación no es mejor del lado de la oposición parlamentaria. Con una sorprendente constancia en el error, algunos de sus miembros han decidido seguir el fácil camino de la estridencia y el lamento, en lugar de construir verdaderos argumentos políticos a favor del No. Ejemplo de ello es la inútil tarea de acusar al Gobierno de pretender instaurar una dictadura, tesis de una simpleza tal que raya en la grosería.
Más allá de un cambio constitucional, importante sin duda, este referéndum es la oportunidad de afirmar cómo entendemos la democracia en Bolivia: o la confrontación de argumentos entre ciudadanos iguales en dignidad y capacidad, o la simple manifestación de certezas inquebrantables y emociones entre enemigos irreconciliables. Con moderado optimismo, es posible esperar que la ciudadanía se manifieste por la primera alternativa, obligando a la clase política a modificar sus prácticas y discursos. Los políticos de hoy, temporalmente en escena, deberán escoger entonces entre contribuir al desarrollo de una democracia abierta y tolerante o, como tantos otros en el pasado, seguir el camino contrario antes de hundirse en la irrelevancia y el olvido.
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