El título de esta nueva columna corresponde al reciente trabajo de Diego Ayo Saucedo, destacado investigador que, en esta oportunidad, por su formación como científico en Ciencias Políticas nos ofrece una versión de los acontecimientos nacionales de los últimos 20 años. Pero además de su formación académica, el autor tiene la virtud de haber sido actor importante en su calidad de Viceministro de Participación Popular, funcionario internacional y creador, coordinador y guionista del programa de docuficción sobre los contenidos de la Constitución Política del Estado, de la red ATB, lo cual seguramente lo indujo a escribir esta novela que se mueve entre la comedia y la realidad, además de un grado de suspenso que invita al lector a seguir página tras página, en trama tras trama.
Dos personajes principales en esta novela: Lucía, joven idealista cuyo aparente suicidio “en la cumbre” helada en el camino a Yungas y el amor de su vida: Daniel Barreda, joven de origen burgués que, sin lograr culminar sus estudios universitarios y cumplido un periodo de desmadre en esta patria de sinsabores se ve obligado a emigrar, como miles de bolivianos, hacia España.
Pero, sin duda, el personaje central de toda esta trama es el líder cocalero, de humilde origen campesino, llamado EFRO que un 14 de diciembre de 2005, cuando una multitud ansiosa y variopinta conformada por cocaleros, jóvenes idealistas vociferando el cambio y algunos gringos con abarcas, escuchaban los resultados de un triunfo con 53,7%. Realmente victoria contundente.
Cuando Efro se trasladó al Chapare, una voz que anunciaba su llegada, conmovió a toda la población, ya que “a decir de las voces indígenas, de aquellos indígenas andinos, se cumplía la profecía de Julián Apaza, el indio guerrero convertido en Túpac Katari, quien en 1781 había pronosticado que “volvería y sería millones”.
Efro en el Chapare llega al grupo de jóvenes idealistas, para quienes “era un ser celestial que aparecía frente a ellos. Un ser demiurgo que volaba sin volar. No había nacido ni en Belén, ni en Medina, sino en Orinoca”.
Estaba rodeado no por indios tontos. Indios nomás. Por fin indios y bien indios como Dios. Como Efro.
Efro, con la pasión que le caracterizaba, ser jugador de fútbol, era un jugador de finales. “Quizás fue más simple convertirse en presidente de Bolivia que reinar sobre aquellos siempre díscolos cocaleros. Ese era el Efro. Un fuera de serie”.
“El niño que recogía migajas de los compadecidos viajeros que lanzaban panes a la carretera, atestada de perros e infantes con rostros pasmados y mocos colgando, tendría ahora el honor de recoger el bastón de mando presidencial. El miserable se hacía divino”.
Nuestros dos personajes guía de esta historia: Lucía y Daniel volvían caminando rumbo al Hotel, completamente extasiados por esa experiencia de -casi- sexo grupal colectivo.
Pero este esquemático inicio es seguido de todas las proezas a las que lo guía su equipo, particularmente el vicepresidente sociólogo y matemático que se dan modos para que Efro, como primer mandatario, como líder indígena, se codee con los principales mandatarios del mundo, con líderes religiosos y se convierta en otro líder mundial que reivindica a los desposeídos del mundo, un nuevo Cristo, un nuevo Mandela.
Otros aspectos y el cierre de la historia de sus seguidores Lucía y Daniel, serán presentados en la siguiente columna. Para una versión completa acceder a: “en la Cumbre”, editorial 3600, primera edición 2015.
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