Cristianismo, democracia y socialismo

La desatinada censura del ministro Juan R. Quintana al Defensor del Pueblo, Rolando Villena, con términos vulgares e hirientes, y los constantes hostigamientos de parte de la autoridades gubernamentales, confirman que en el país se ha instaurado un régimen socialista marxista-leninista y que el mismo gobierno lo ha proclamado, o sea una Democracia Popular que es lo mismo que una dictadura.

A quienes pensaban diferente, Marx y Engels los hacían aparecer como siervos vendidos a la burguesía. Jamás trataron de refutar a sus adversarios con argumentos, por el contrario, se burlaban, los insultaban, los calumniaban, su política era atacar a la persona del contrincante. Hoy también se emplea el mismo estilo, mordaz, incisivo, agresivo, virulento en los discursos y peroratas. Pues, conocemos la soberbia marxista. Quienes profesamos la fe cristiana evangélica nos solidarizamos plenamente con el Defensor del Pueblo, quien en todos sus actos ha demostrado probidad y apego a la ética protestante, insobornable a toda prueba.

Para el socialismo, Dios no existe, siendo así, todo está permitido, transgrediendo completamente la ley moral divina. El ateísmo y la superstición no pueden producir bien, han causado males infinitos, salvémonos, pues, de ambos abismos. ¿Qué comunión puede tener la luz con las tinieblas? Ciertamente, el cristianismo, representado por las iglesias Católica y Evangélica, tiene una estrecha afinidad con la democracia, lo mismo que su ideología en libertad, crea un fervor muy superior a la ideología socialista o totalitaria. Como ciudadanos bolivianos, somos de mentalidad occidental, nuestras raíces están profundamente arraigadas en las tradiciones democráticas occidentales. Y por principio un país democrático no debe relacionarse con regímenes dictatoriales.

Aunque el socialismo logró instalarse en el gobierno, todavía no consiguió persuadir al pueblo, que continúa siendo fiel representante de la democracia, no se puede vivir sometidos a una élite, anhelamos vivir bajo el imperio de la ley, pues para la democracia no existen predestinados.

En un Estado Socialista, la Constitución Política del Estado queda escrita, para ser invocada a veces, pero casi nunca para ser cumplida. Y pretende extirpar todo vestigio de la influencia occidental, someter a las iglesias cristianas, aplastar a la clase media baluarte de la democracia, tratando de imponer hábilmente al pueblo una camisa de fuerza. La democracia popular implica un gobierno de una minoría prebendal apoyada incondicionalmente por la fuerza pública. Y en contraste con un gobierno del pueblo o gobierno de la ley, porque en el socialismo es más sencillo fanatizar al hombre que volverlo razonable. Y la justicia no es otra cosa que la voluntad de la clase gobernante. La justicia para merecer tal nombre debe ser imparcial, objetiva e independiente. Nada encona tanto al corazón humano como la injusticia. Podemos tolerar la enfermedad, pero la injusticia despierta en el ser humano el deseo de demoler las cosas. Ello ha desencadenado una profunda crisis en la población y ha hecho vacilar su poder en el país.

Una democracia popular es sinónimo de anarquía de la ley. Y lo más aberrante y abominable es incentivar el culto a la personalidad, acto degradante para el ser humano que se precia de tener dignidad.

El socialismo que en 1917 fue promesa de liberación, se convirtió en una pesadilla opresora.