Entre cartas, poemas y cuentos
Ovidio Rincón
Qué cómo fue aquello señora?
¿Cómo son las cosas cuando son del alma?
Él, era muy hombre. Ella era muy linda
y yo la quería y ella me adoraba.
Pero él hecho sombra se me interponía
y todos los días junto a su ventana
manojos de rosas fragantes había,
y rojos claveles y dalias de nácar;
y cuando las sombras cubrían las cosas
y en el ancho cielo brillaba la luna,
detrás de las palmeras brotaba su canto
que como una flecha llegaba a la casa. . .
¡Cómo la quería! ¡Cómo le cantaba
sus ansias de amores y cómo vibraba
con él su guitarra! Y yo tras las palmas
con la rabia le oía, y entre canto y canto
brotaba una lágrima. Lágrima de hombre;
no era otra cosa, que los hombres lloran
como las mujeres, porque tienen débil
como ellas el alma. . .
No pude evitarlo; la envidia es muy negra
y la pena de amor es muy mala consejera
y cuando la sangre se enrabia en las venas
ya no hay quien pueda, señora calmarla.
Una noche oscura –lo que hacen los celos
lo esperé allá abajo, junto a la cañada.
Retumbaba el trueno, llovía,
y el río igual que en mis venas hinchado bajaba.
Al fin a lo lejos, lo vi entre las sombras;
venía cantando sus locas esperanzas.
En el cinto colgaba el machete;
bajo el brazo su alegre guitarra.
Llegó hasta mi lado, tranquilo y sereno;
me clavó en los ojos su fiera mirada. . .
Me dijo:: ¿Me esperas? Le dije: ¡Te espero!
Y ya no cruzamos más. Ni una palabra.
Que era bravo el hombre,
y los hombres machos pelean, no hablan.
¡Cómo la quería! Ese machete me dijo
su amor y sus ansias. Brillaron sus ojos.
Roncaba su pecho, y entre golpe y golpe
ponía su alma.
Fue lucha de toros. No fue lucha de hombres;
esto bien lo sabe la vieja cañada.
Pero más que el amor y el ensueño,
pudieron la envidia y la rabia,
y al fin mi machete lo dejó tendido
junto a su guitarra.
(No me asustes señora, son cosas pasadas).
Y aún en el suelo me dijo: “Quiérela que es buena,
quiérela que es santa;
quiérela como yo la he querido,
que aunque muera por ellas,
la llevo metido en el alma. . .”
Y yo tuve celos. . . Tuve celos
del que así me hablaba. . . Tuve celos
de aquél que moría, y aún muriendo la amaba. . .
Y la sangre cegó mis pupilas,
y el machete en la mano temblóme con rabia,
y lo hundí en su pecho con odio, con furia,
rasgando sus carnes, buscándole el alma,
porque dentro del alma se llevaba a mi hembra,
y yo no quería que se la llevara!
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