El resultado de las elecciones presidenciales efectuadas en Argentina, el domingo último, tiende a trascender a la región, porque su implicancia mayor es que se produce un cambio político trascendental en su conducción.
Con su victoria, Mauricio Macri cuando asuma el poder pondrá fin a doce años de tres períodos de gobiernos “kirchneristas”, que se caracterizaron por adoptar el sistema populista que rige en otros países del área, entre ellos Bolivia.
La decisión de los argentinos fue por la renovación o más apropiadamente por la alternancia. Esto es saludable, porque nuevos aires traen ideas y comportamientos diferentes, lo cual propugna la democracia.
En lo concreto, resulta ser lo más pertinente, porque aquello de creer que el ejercicio del poder político por largos períodos de gestión garantiza la continuidad en las políticas administrativas es una ficción, por no decir que es una forma de presumir que se tiene el privilegio de la infalibilidad.
Los argentinos, al haber optado por la alternancia, después de 10 años de predominio de un régimen absorbente y soberbio, se ponen en la línea auténtica de la democracia y reabren las puertas a otras formas de administrar sus intereses.
La época “kirchnerista” ha proliferado en desaciertos administrativos, al extremo de desvalorizar su moneda y dar paso a la inflación, aparte de que pretendió someter a sus designios a cuantos opinaban diferentes, en unos casos por medio de la corrupción y, en otros, por la violación de los derechos humanos y de prensa. Aparte, el binomio incurrió en el enriquecimiento familiar, sin límite alguno.
Nadie sabe, al menos de inmediato, cuánto beneficio les producirá a los argentinos el cambio, pero en lo que no cabe duda es que han ejercido legítimamente el derecho de experimentar con otra posibilidad en la administración del interés público.
Este es un acto de lucidez y, obviamente, de aplicar la democracia en todos sus alcances, el primero de los cuales es ejercer la libertad, o sea el derecho ciudadano de poner en otras manos el manejo de su país, por medio de las urnas.
La votación que registra el cómputo, que plausiblemente se lo conoció en el mismo día de la consulta ciudadana, advierte, sin embargo, que la diferencia de los votos entre ganador y el perdedor es reducida. Esto obliga al nuevo gobierno a ser también lo suficientemente realista para entender que no las tiene todas, o sea que no podrá ser excluyente. Requerirá ejercer el poder con un adecuado equilibrio.
Tendrá que prevalecer, entonces, un amplio espíritu de conciliación. Y, como resultado, hacer que prevalezca la paz política y social que, en el fondo, es a lo que aspiran todos los pueblos civilizados.
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