¿Au nom de quoi?, se preguntan con indignación y coraje los medios de comunicación y la humanidad entera ante los horrorosos atentados en París, que hoy se revisten de nuevas formas con uso de tecnología bélica y útiles informáticos perfeccionados y puestos a disposición de la violencia del hombre, para sus fines en nombre de un programa de falsa ortodoxia política, que la rebeldía denomina ¡el verdadero Islam!, en medio del caos generalizado.
Pero la felonía y la crueldad son contundentemente rechazadas y desestimadas de principio por el misericordioso y consagrado compendio islámico en su propia letra, que imparte, instruye y orienta a quienes mantienen su fe y convencimiento. Determina que “Allah no les prohíbe que traten bien y con justicia a los que no les hayan combatido por causa de su creencia ni les hayan hecho abandonar sus hogares. Es cierto que Allah ama a los equitativos hombres, mujeres y niños inocentes… no traicionen, no se excedan, no maten a los recién nacidos. Quien quiera que haya matado a una persona que respete al Islam, no olerá la fragancia del paraíso…” (Corán, 60:8)
A pesar de todo, hay que convenir que el grupo terrorista insurgente, por su exasperada interpretación del Islam, potenciada por un exhibicionismo hasta el momento desconocido, tampoco significa la representación simbólica de la violencia en sí misma; es la contra violencia a un tácito mea culpa de un sistema político mundial que encubre y exalta al mismo tiempo el armamentismo, el consumismo, la violencia sexual, la ocupación y la mentira. Hoy permanece sordo e insensible ante el presagiado caos, como reconoció recientemente un líder mundial, “con el propósito de hacer más fácil su conquista posterior”, aunque sensiblemente en contra el eslabón más débil, que es la persona humana.
Recordemos a Valery Giscard, expresidente francés, que repetía decepcionado al final de su mandato: “El mundo es desgraciado porque no sabe a dónde va; y porque adivina que, si lo supiese, sería para descubrir que se encamina hacia la catástrofe”.
La otra manera de vivir y filosofar, opuesta penosamente, es de una intolerancia tan exacerbada, que lleva a imponer el dogma de que quien no está incorporado a su hatajo, debe perecer o desaparecer. Pero, ¿es posible concebir un mundo atribulado y desgraciado en el que todos pensasen de la misma manera? Es el interrogante supremo, ya que es innegable que el espíritu de crítica y la tolerancia extinguieron al oscurantismo medieval, que hoy se lo trata de aflorar.
Empero, pese a ello, los pueblos cristianos y aun musulmanes de oriente y occidente con la invocación del Santo Padre, en sentido de que los atentados de París “no tienen justificación ni religiosa ni humana”, se avienen a la confianza de la prensa mundial, en relación con la reciente cumbre de Viena. Al respecto la prensa señala: “podría ser un espejismo… pero creemos que se acercan un poco”, “hubo discrepancias, pero nadie se salió de la reunión”. Se felicita, finalmente, a los participantes por el tono de las conversaciones, ya que luego de cuatro años y 250.000 muertos fue posible sentarlos a la mesa.
Nuestra región, gracias a Dios alejada de aquellos escenarios, pero consciente de la supuesta amenaza mundial en una época de “locura colectiva”, se aviene hoy al título del reciente libro del escritor beniano Oscar Guillermo Hurtado Suárez, que dice: “Que no se apague la esperanza”, con un insondable y medular mensaje… para no perder el rumbo de la vida.
El autor es abogado.
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