Cuando Álvaro García Linera aconseja a la ministra de Salud Ariana Campero “casarse antes de que le pidan la pruebita de amor y terminar con un hijito, fuera del matrimonio”. O como Carlos Bru, ex candidato a la alcaldía de Yacuiba, que le aconsejó quedarse en su ciudad: “cama adentro, patrón encima”. O como cuando Evo Morales pone en entredicho la preferencia sexual (de Campero) al sospechar algún “lesbianismo”. O sus coplas (carnavaleras), donde dice “quitar el calzón a sus ministras”. O cuando instó a los jóvenes cocaleros a “conquistar” a las jóvenes yuracarés trinitarias para que le permitan construir la carretera en el Tipnis.
Estas expresiones no solo discriminaron y maltrataron a la ministra, sino a todas las mujeres y a la comunidad LGBT bolivianas. Se violó el Art. 172 en varios de sus incisos, el Art. 14 de la CPE y la Ley 045. Me pregunto: ¿dónde está el “quijote” que por menos inicia juicios?
Algún escribidor oficialista reconoce que esta expresión solo sembró burla, estereotipos, segregación y violencia. Incoherente, concluye: ¡lesbiana y qué!, devaluando -en consonancia con el jefazo- la dignidad de las mujeres. Raúl Peñaranda (suave) aduce que esta incontinencia verbal nos ayuda a entender su psicología, sus genuinas opiniones sobre su verdadera visión del mundo. Pues tienen que llenar discursos diarios de cinco a seis horas ante sus adherentes, que terminan mostrando sus ideas y sus valores. Lo dramático, según Agustín Echalar, es que se esmeran en el despilfarro del culto a la personalidad, de su obnubilación, que no se dan cuenta siquiera cuando humillan a sus fieles subalternos. ¿Qué sucede?
Pierre Bourdieu aduce que estas expresiones son propias del habitus, como parte de su entorno/ambiente cultural inmaterial, bastión de sus mitos, creencias, tradiciones, con el cual “enfajan” a los y las bolivianas. Su principal objeto es la “degeneración” del Ser, por medio de creencias toponímicas y su irrespeto a la comunidad. Se apalancan en “engaños” y sobre todo en “devaluaciones de bolivianos con diversos mitos. Según el filósofo David Heyd, eximen los valores éticos -que no es propio de su cultura- para generar y defenestrar a los “iguales”. Estas expresiones, machistas, misóginas y homofóbicas, han sido tan recurrentes que ya parece algo “normal”. El extremo se advierte cuando se sustentan en “engaños” y sobre todo en “devaluaciones del Ser”, cuyo sustrato asume como parte de “costumbre” alguna.
La recurrencia permite colegir: 1) lograr sintonía con el soberano, pues muchos(chas) festejan estas groserías; los avalan como parte de su cultural inmaterial. Es más, lo admiten como parte de una “sátira”, pero sin “creatividad”. La disculpa oficial lo prueba: “decir, preguntar o pensar si alguien es lesbiana o gay no es insulto ni ofensa. Yo respeto las diversidades sexuales y así lo decimos en nuestra CPE” (17/11/15). Así, es una confusa “explicación” y no una disculpa. 2) El “binomio” (que pretende ser reelegido) se esfuerza en mostrar estas expresiones espurias como actitudes culturo inmateriales, “alabando” (pero) despectivamente en recreaciones (como entrega de obras) ofendiendo en “tono de broma” a sus allegados, reconocidos como “inferiores”. Lo preocupante es su arraigo en el imaginario social: a diario se advierte en calles, escuelas, colegios, universidades, la costumbre de generar expresiones despectivas que terminan en peleas físicas, como parte de la anomia: nervio motor del MAS.
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