Días atrás el saliente embajador de Argentina en Bolivia manifestó que “…la política del gobierno de Macri será de no comprar gas a Bolivia…”, para reemplazarlo por gas importado de ultramar.
Según recoge la prensa, el diplomático dijo que los acuerdos energéticos bilaterales podrían “quedar truncos con la nueva administración…”.
El embajador no entiende que entre Bolivia y Argentina hay más de 40 años de vínculo comercial a través de la venta de gas boliviano.
Y parece que tampoco entiende la dinámica del mundo de los negocios en energía, en donde los proyectos no se “truncan” ni quedan sin ejecutar de la noche a la mañana. Todos los proyectos, llámese gasoductos, contratos de venta de gas, interconexión eléctrica, etc., están plenamente respaldados por la fe del Estado argentino y boliviano, respectivamente; y han surgido de análisis y estudios en los que se privilegió escenarios a mediano y largo alcance.
Finalmente parece que el embajador no leyó -o no entendió- al nuevo Ministro de Energía del gabinete del presidente Macri, que tiene la tarea de reconstruir la política energética argentina, si es que existió alguna.
El embajador representa a una administración que permitió cortes permanentes de electricidad en principales ciudades argentinas, miles de millones de dólares despilfarrados en subsidios y la ausencia de capitales nuevos para explorar y promocionar sus nuevos reservorios (como por ejemplo “Vaca Muerta” y otros).
El nuevo ministro de Energía, el señor Aranguren, experto en hidrocarburos, indicó que habrá reordenamiento de marcos regulatorios y reasignación de subsidios. Exacto, esa es la clave: nueva política energética con legislación clara, moderna y transparente. Por eso mismo, el presidente Macri jerarquizó la simplona Secretaría de Energía y ahora se denomina Ministerio de Energía. Los mensajes son claros.
De manera que las predicciones del diplomático no están bien sustentadas.
La integración argentino-boliviana es grande e irreversible.
Seguramente se implementará una agenda bilateral teniendo en cuenta que el gas boliviano está a mano; que podemos construir una agenda energética conjunta; que se puede desarrollar y continuar implementando proyectos y todo para acelerar la integración y la interconexión donde ganen Bolivia y Argentina.
Los años 2013 y 2014 fueron horribles para Argentina: baja producción de petróleo/gas; “apagones” de luz; miles de millones de dólares despilfarrados en subsidios y en aplicación de incorrectas políticas tarifarias eléctricas (generadas a partir del gas, principalmente) por “ineficiencia y falta de visión estratégica estatal de los últimos lustros para alentar la inversión de riesgo en nuevas exploraciones”, según un ex Ministro indicaba públicamente.
En ese escenario se presentó como alternativa el gas boliviano; en Argentina están con el proyecto del segundo trayecto del Gasoducto del Noreste Argentino (GNEA 172 kilómetros de 24 pulgadas) para abastecer de gas natural a provincias del norte argentino: Chaco, Formosa, Corrientes y Misiones que no tienen gas natural por redes.
Argentina prefiere el gas que tiene a mano, de Bolivia, que poner -de momento- miles de millones de dólares, de los que no dispone, en ese gran reservorio petrolero/gasífero denominado “Vaca Muerta”. Tampoco tienen tanto dinero para recurrir a ultramar. Los costos juegan en contra y lo que más necesita Argentina es reducirlos y contar con suministro constante. Naturalmente en Bolivia y en Argentina se debe rediseñar políticas del sector, se debe impulsar la integración a partir de proyectos y no como “parches”.
El autor es consultor del sector privado, sigue sus análisis en Twitter: @bguzqueda
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