H. C. F. Mansilla

Los modelos populistas y el paradigma chino


Es posible que en el siglo XXI las jefaturas populistas en América Latina estén interesadas en preservar su dominio privilegiado del poder político, dejando la configuración de la esfera económica en manos de soluciones pragmáticas y hasta circunstanciales. En esto se asemejan al paradigma representado por China (y probablemente en el futuro cercano por Cuba). Las políticas públicas seguidas por el Partido Comunista Chino desde la conclusión y superación de la llamada Gran Revolución Cultural Proletaria (1966-1976) son muy instructivas, porque nos permiten conocer, con algún detalle, lo que está detrás de una teoría altisonante, en realidad detrás de casi toda programática política que se reviste de elementos favorables a las masas subalternas. La consolidación del poder político debe ser considerada como la primera prioridad; todos los cambios de la agenda económica y financiera y del comercio exterior pueden ser percibidos como instrumentos del mantenimiento exitoso del poder bajo circunstancias cambiantes. La liberalización del comercio exterior y la instauración de la propiedad privada en los medios de producción - en una intensidad y escala que ha sido simplemente única en toda la historia de la China - se combinan con la exitosa preservación del poder político por parte del partido comunista.

Siguiendo, en el fondo, una antigua y venerable tradición del Celeste Imperio, el Partido Comunista Chino ha elevado la armonía social y el crecimiento económico a la categoría de metas normativas supremas. En este sentido se puede aseverar que el partido ha renunciado a un rol innovador y creador de paradigmas históricos. Actúa de manera reactiva ante la evolución política y social del país y del mundo, y con una notable eficacia. El partido no es un instrumento de participación popular amplia e intensa, aunque aparezca bajo la forma de un gran partido de masas, sino una instancia elitaria de conciliación de intereses, robustecimiento del aparato estatal y dirección de las relaciones exteriores. Este juicio no desmerece el hecho de que en el seno del partido se hallan relativamente bien representadas las diversas tendencias provinciales, las distintas clases sociales y sectores claramente diferenciados, como el estamento militar, el ámbito universitario y académico y, por supuesto, la empresa privada. Pese a su nombre, el Partido Comunista Chino no es el órgano del clásico proletariado de fábrica ni tampoco de las masas campesinas desposeídas; es “popular” en el sentido de englobar a casi todos los estratos sociales (con la sintomática excepción de los disidentes políticos de toda laya), pero conserva su carácter elitario en su severa jerarquía piramidal y en su funcionamiento cotidiano. No es ocioso imaginarse lo que pensaría Karl Marx si se enterase de que el mayor partido comunista del mundo impulsa de la manera más enérgica un modelo capitalista muy exitoso, manejado, en el fondo, por una élite empresarial, que es indiferente ante la dimensión clásica marxista conformada por los problemas humanos (¿existe aun esta categoría?) de explotación y alienación.

En los casos de Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela tenemos una retórica revolucionario-populista que se acopla muy bien a una praxis que no es nueva y que puede ser calificada sumariamente como un traspaso o cambio de élites. La llamada boliburguesía venezolana, la familia presidencial en Nicaragua (y sus aliados ex somocistas), la curiosa amalgama entre ricos nuevos y antiguos en Ecuador y la nueva clase empresarial boliviana de origen indígena (vinculada a menudo con la economía informal) se consagran a acumular capital, prestigio y poder con ayuda del aparato estatal, practicando una considerable discreción y ejercitando un ansia de enriquecimiento muy convencional. La similitud con China no es casual. El estudio del autoritarismo y sus fenómenos conexos nos hace ver las imperfecciones - para llamarlas suavemente - de las utopías y las ilusiones políticas, pero al mismo tiempo este análisis nos muestra que la praxis latinoamericana podría resultar algo mejor mediante un esfuerzo que aminore la fascinación que irradian las soluciones simples y simplistas como el populismo y que evite las repeticiones históricas tan flagrantes.

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