En la visita del Libertador Simón Bolívar al Alto Perú, lo que más impresionó y gustó fue la visita a la ciudad de Potosí. Contribuyeron a esta impresión dos acontecimientos: su ascenso al Cerro Rico, y la celebración de su onomástico.
Nos referiremos al primero, el ascenso al cerro potosino.
El 29 de septiembre de 1825 inició el Libertador su ingreso a la ciudad, si bien en Potosí no había la opulencia de épocas mejores, la ciudad dio lo mejor de sí a fin de mostrar aún su riqueza, y su abolengo.
La recepción realizada por la Villa Imperial fue superior a las de La Paz, Cusco, Arequipa y Lima.
La ciudad fue engalanada con arcos en cada barrio, y sus balcones mostraban grandes banderas y vistosos colgados. El Gral. Guillermo Miller, prefecto del departamento, preparó la residencia oficial del Libertador en la casa de Gobierno, habilitada a todo lujo, para este objeto.
Se programó para el 26 de octubre el ascenso del Libertador a la cima del Cerro Rico.
Una comitiva presidida por el Mariscal Antonio José de Sucre se dirigió a la residencia del Libertador, la conformaban el prefecto Gral. Guillermo Miller, los generales José Miguel Lanza, José María Pérez de Urdininea, José María Córdova y Laurencio Silva, entre otros; los coroneles Wilson, Fergusson, De La Croix, y otros.
Se encontraban igualmente en la delegación argentina, el Gral. Carlos Alvear y los doctores Díaz Vélez y Dorrego.
El Libertador era muy dado a las alturas, en Roma en el monte Aventino juró por la libertad de América, en el Chimborazo lanzó su famoso delirio, y ahora en Potosí, contemplaba la América libre.
En el ascenso al Cerro Rico, la cabalgata era brillante y espléndida, no hubo percances, con excepción de un accidente con la cabalgadura del Gral. O’Leary, que se encabritó al lado de un precipicio, sin consecuencias, gracias a la habilidad del jinete.
A cierta altura hubo que dejar las cabalgaduras y continuar a pie; ya en la cima, se preparó un terraplén con las banderas de las cinco naciones liberadas por Bolívar, a quien se lo recibió con bandas de música, despliegue de banderas, un coro acompañado por una hermosa orquesta. Un grupo de distinguidas damas se encargó de recibirlo, encabezadas por la hermosa María Joaquina Costas, esposa del Gral. Hilarión de la Quintana, quien le entrego una guirnalda de oro. Cada una de las damas hizo una alocución, representando a cada una de las repúblicas americanas.
El entusiasmo y la alegría eran incomparables, y vinieron los discursos y brindis con abundante champaña, y más loas al Libertador.
En una parte saliente de su discurso, el Libertador manifestó: “Venimos venciendo desde las costas del Atlántico y en quince años de una lucha de gigantes, hemos derrocado el edificio de la tiranía, formado tranquilamente en tres siglos de usurpación y de violencia”.
Todos los circunstantes aplaudieron y felicitaron al Libertador.
En un aparte, doña Joaquina Costas se aproximó al General Bolívar, pidiéndole tener cuidado, por un plan fraguado para asesinarlo, noble hecho que dio lugar a un romance del Libertador.
Ya en la tarde se realizó el descenso del Libertador y la comitiva descansó de la altura y frío del Cerro Rico.
El Libertador no se cansaba de manifestar su complacencia y satisfacción por ese magnífico día.
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