Chile siempre ha reiterado que le gustaría vivir en paz con sus vecinos. Quizá, en particular, con Bolivia, con quien tiene un diferendo irresuelto, desde 1879. También tiene problemas con otros países sudamericanos.
“Lo hacemos porque queremos vivir en paz con nuestros vecinos. Por ello apoyamos con calor y esperanza la ofensiva de paz que está en marcha”, dijo hace aproximadamente 49 años el canciller chileno Gabriel Valdés S. (Revisar el texto de su intervención ante la Conferencia Extraordinaria de la OEA, de Río de Janeiro, de noviembre de 1965. Y su Exposición ante la Asamblea Consultiva del Consejo de Europa. Estrasburgo, Francia, 25 de enero de 1996).
En consecuencia Chile ha vivido y vive sobre ascuas y con el temor de que en cualquier momento podría ser objeto de una agresión a su integridad territorial por quienes fueron sus víctimas en el pasado; por quienes fueron humillados y despojados de sus bienes; por quienes claman aún justicia, pero que reciben como respuesta la negativa.
En este marco se registra el “sembrado de minas”, o la ostentación bélica del “Huracán 2015”, pese que Valdés, en la década del 60 del siglo pasado, dijo: “Chile demuestra de esta manera que su política, esencialmente pacifista, y fundada en la no intervención absoluta, no requiere en caso alguno de armamentos que afecten la seguridad de otros países en la región, ni mucho menos de la adquisición de armas o artefactos de uso bélico que obstaculicen el armónico desarrollo económico e integrado en la zona” (Discurso pronunciado en la XXII Asamblea de Naciones Unidas, 30 de septiembre de 1967).
“Pequeños conflictos fronterizos”, dijo, también, la autoridad (Consultar su discurso de 25 de enero de 1966).
Posiblemente con esta aseveración Valdés quiso minimizar los problemas de carácter continental, como el caso del enclaustramiento boliviano, que concitaron y concitan la atención de la opinión pública mundial. Son problemas que enemistan y siembran la suspicacia; que evitan el encuentro y ahuyentan la confraternidad; que obstruyen la integración en sus diferentes aspectos.
“Chile no tomó la iniciativa para romper relaciones con Bolivia. Lamenta la interrupción de contactos normales y su Gobierno está pronto para restablecer estas relaciones. Solo mediante ellos será posible establecer un diálogo amistoso y constructivo para buscar la solución de la controversia que motivó aquella ruptura”, afirmó Valdés (Exposición ante el Senado de Chile, el 6 de enero de 1965).
Empero el diálogo que ha sustentado Chile, con Bolivia, jamás ha sido honesto, sincero ni transparente sino colmado de subterfugios, falacias y circunloquios, que no hicieron otra cosa que distraer y confundir, en el tema marítimo, cuyos argumentos legales e históricos son de conocimiento ahora de la Corte Internacional de Justicia, con sede en La Haya.
En suma: “genio y figura hasta la sepultura”, diríamos de nuestro vecino araucano.
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