(Segunda parte)
Yuri Mirko Ríos Madariaga
“Quieres más “yapita” caserito”, con esta frase que contenía una redundancia enmascarada, la típica amabilidad valluna no se dejó esperar. La señora sin tacañearse volvió a llenar de fresco el enorme vaso casi hasta el tope. Con cara de sorpresa le agradecí desde el fondo de mi alma teniendo como mudo testigo de este singular suceso a la extensa Ayacucho. Dicha “yapita” equivalía al don sublime o al oasis que el sediento busca en el desierto.
Pero pisar suelo “cocha-la” implica algunos compromisos ineludibles que se deben cumplir sí o sí como buen visitante: desayunar un apicito con pastel en la Aroma o devorar un delicioso silpanchito en la Ballivián (Prado); recordemos que en 2011 Cochabamba fue declarada por ley del Senado Nacional la “Capital Gastronómica de Bolivia”.
“Trepar” el cerro de San Pedro (Cristo de la Concordia) por el medio que sea, es al-go que me transporta al éxtasis, pues disfruto de una vista insuperable (360 grados) del área metropolitana: Valle Hermoso, la Coronilla, Tiquipaya, Sacaba, etc. En suma, un sueño hecho realidad: experimentar la genuina libertad con solo unos pesitos.
La laguna Alalay igualmente observada desde la cima de San Pedro, representa para 120 especies de aves -entre permanentes y migratorias- una cómoda y dulce morada. El ibis negro destaca en primer lugar, está catalogado como un viajero incansable que anualmente desciende de los Andes a los cuerpos de agua en los valles interandinos en busca de alimento y con fines reproductivos. Cuestiones conservacionistas y sobretodo la simpatía que este plumífero generó en la población, constituyeron sobrados argumentos para que mediante una ordenanza municipal se le otorgara el título de “Huésped Ilustre de la Ciudad”. En junio de 2012 tuve el grato honor de verlos (a los ibis) alimentándose en el río Rocha (en Cala Cala), mientras cruzaba el puente rumbo a la Plaza de las Banderas. Una vez un apreciado colega mío le dijo a una amiga valluna que “era el ave emblemática de la Llajta tal como el cóndor lo era de Bolivia”, frase ocurrente que no tardó en dibujarnos una sonrisa. Y para finalizar, en septiembre pasado ocurrió un hecho lamentable que mermó la biodiversidad además de considerarlo catastrófico para la ciudad: una mano criminal-psicópata (no encuentro otro calificativo) incendió los totorales de la laguna, afectando a por lo menos ¡25 hectáreas! No quiero imaginarme cuanta vida silvestre murió, me temo que algunas especies de aves jamás volverán a anidar en la laguna.
Brujas y vampiros circulaban por la San Martín y la 25 de Mayo haciendo de las suyas (travesuras como le dicen), por eso del Halloween, así como acontece también en algunas calles de La Paz. Lástima que esa costumbre se haya ido extendiendo por todo el país como un verdadero azote (aunque a unos no les agrade esta comparación). A grandes rasgos, pienso que si de imitar o copiar lo foráneo se trata….entonces hay que copiar lo bueno, pues este tipo de paganismo encubierto cuyo origen se remonta a los antiquísimos celtas, no lleva a nuestra niñez y juventud a nada bueno, asimismo se ha convertido en un lucrativo negocio contemporáneo (¡Qué tremendo despilfarro de recur-sos….!). Bueno, en este párrafo bautizado como el de los “tres buenos” opiné y des-potriqué un poquito.
Una sala de exposición ubicada en la plaza 14 de Septiembre atrajo mi atención y no es que sea amante del respetado arte pictórico, pero mis ojos detectaron desde afuera una serie de cuadros suspendidos en la pared, algunos con innegable pareci-do a las obras de un renombrado maestro nacional, quién transfiere a su arte el exu-berante colorido de la visión y sentimiento del pueblo. “No son de Mamani Mamani”, me respondió una voz lacónica al momen-to de abandonar la sala. También me llamo la atención que la plaza principal estuviera cercada en sus cuatro lados, “es que le están haciendo otra revitalización”, me dijo la alegre “caserita” de la esquina, “pero es-ta vez cerrarán dos calles para convertirlas en peatonales como en Santa Cruz”, agre-gó al poco tiempo. “Parece que están de moda las revitalizaciones” –pensé– mien-tras me alejaba saboreando una de sus masitas.
“Qué raro, parece que nos dirigimos a Santa Cruz pero por el camino viejo…. mejor, así pasaremos por la Siberia y Comarapa”, me dije contento. La avenida Petrolera paralela a la vía férrea que con-duce al Valle Alto y Aiquile apareció repen-tinamente después de que el chofer hiciera una serie de maniobras en-redadas por calles y pasos poco conocidos que termina-ron por desorientarme. Al fi-nal aparecimos en el circuito Bolivia (Alalay) y luego en las faldas de San Pedro. Pero ¿porque tomó semejante vueltita? “¡Ah!.... ya me lo imaginaba, debe ser por lo del puente colapsado a los pocos meses de su inaugura-ción”, deduje con acierto. En efecto, el punto crítico estaba situado en la intersección de la 6 de Agosto e Independen-cia, al sur de la ciudad; per-manecería cerrado hasta su completa reparación. Según oí, el Gobierno Municipal de Cochabamba iniciará un pro-ceso penal a las exautoridades munici-pales que hayan tenido responsabilidad en la construcción de dicho puente.
La lejanía de la ciudad solo dejaba distinguir las luces de las casitas rústicas próximas a la cima de los cerros, ya en las afueras de Sacaba pero aún dentro de su municipio. Se me vino a la mente que en alguno de esos lugares (febrero 2014), un pequeño gato montés encontró una muer-te despiadada (a palazos) sin opción a defenderse de igual a igual. Su “gran pe-cado”: haber matado gallinitas y patitos. Pero si hay algo que me indignó, fue ver al comunario–autor de la barbarie demos-trando su “gran valentía”, pues todo “pan-cho” se dio el gusto de tomarse fotografías con el felino hecho añicos, exhibiéndolo como si fuera un trofeo de guerra. No era necesario llegar a ese extremo, el gato montés es una especie en extinción. El hambre fue lo que le motivó a actuar así (la necropsia lo confirmó: estaba días sin comer). Sus hábitats están siendo destrui-dos a un ritmo que aterroriza (urbanismo, chaqueos, etc.) y sus presas nativas ex-terminadas sin misericordia, por lo cual se ven forzados a aproximarse y buscar ali-mento en las manchas urbanas. En cuanto a la muerte de las ovejitas –desde mi punto de vista– el gato montés nada tuvo que ver, las evidencias apuntan a una mamá puma con sus dos o tres cachorros que se desplazaban de oeste a este (Tiquipaya–Sacaba) por el mismo motivo. Seguramente corrieron similar suerte pero ya nadie informó absolutamente nada.
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