Llegamos a una Navidad más en un mundo convulsionado por enfrentamientos y guerras, por discordias y desacuerdos entre los hombres, por consumismos materialistas que tratan de crear buenas condiciones de vida y no lo logran. Un mundo en que las diferencias separan a los hombres cuando los factores de paz, concordia y amor deberían ser condiciones de unidad, fraternidad y solidaridad. Una Navidad en que, año tras año, surgen nuevas esperanzas para que el hombre deje de ser el peor enemigo del hombre; una Navidad que muestra a los hombres con poder de decisión sobre los grandes problemas del planeta y están más alejados del bien común, más ajenos a sentimientos de amor y solidaridad.
Sin embargo de todo ello, la Navidad es una muestra del espíritu de Dios que quiere lo mejor para todos los hombres; que encara los desafíos de males como son el armamentismo, las guerras, las diferencias que separan, el narcotráfico, la corrupción, las enfermedades y la dejadez e irresponsabilidad de quienes tienen poder y descuidan lo que deben hacer para servir mejor, para ser mejores, para unir a todos, para encarar, conjuntamente, todos los problemas. Una Navidad, en fin, que no soslaya la presencia de Dios y espera, pacientemente, que las políticas que se hicieron para servir y amar y son utilizadas para el mal, pericliten, terminen en aras de lo que toda la humanidad quiere: paz, caridad y solidaridad.
El mundo, innegablemente, carece de caridad, fraternidad y solidaridad porque lo superfluo de los países ricos debería servir a los países pobres y no es así porque parecería que los que tienen buscan tener más así sea a costa de los que poseen menos. Hace pocos años, el Papa Juan Pablo II dijo: “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz” y esto significa que nada se logrará sin amor y caridad, únicos medios para mantener la paz, única forma de lograr que haya desarrollo y progreso, única fórmula que debe ser antídoto para todos los males. La caridad hecha misericordia, es la virtud más humana y más virtuosa del hombre y debe ocupar el primer puesto, el más alto, más positivo, más amplificador y dador de bienes en la escala de valores religiosos y morales.
En la caridad se encuentran resumidos los principios de fraternidad y solidaridad porque ella lo explica todo, inspira todo lo bueno y constructivo puesto que ella todo lo hace posible, lo renueva todo, lo tolera, lo cree, lo comprende y lo espera porque dialoga en armonía y concuerda con lo que puede favorecer a la humanidad. La caridad, pues, es amor y esperanza porque proviene de los bienes creados por Dios y que los hizo más fuertes, constructivos y beneficiosos con la venida de Su hijo Jesús, para salvar al mundo, a los hombres de todas las generaciones pero que, lamentablemente, ese mundo, prevalido de soberbia, ignora lo que más debería tener presente: el amor de Dios por la humanidad, fruto de Su creación.
La caridad, por sus consecuencias, resulta ser principio y fundamento de la fraternidad y de la solidaridad, dos normas o principios que el hombre está obligado a cumplir y respetar; pero, ambas condiciones es preciso practicar por parte de quienes poseen poder político o económico que son condiciones de servicio. Lamentablemente, no todos cumplen preceptos tan importantes.
La solidaridad no sólo es compartir lo que se tiene con los que no poseen; no sólo es buscar condiciones justas de vida para todo el pueblo; no sólo es sentir que se es hermano de los demás y que los bienes otorgados por el trabajo, la ciencia, la tecnología o las transacciones comerciales no pueden ni deben acrecentar egoísmos ni avaricia; por el contrario, deben estar convencidos de la urgencia de compartir y aliviar la necesidad de quienes necesitan.
La caridad en la política tiene que manifestarse mediante la solidaridad con quienes no comparten los criterios de los que tienen poder ni pueden sentir o pensar igual porque la dignidad que posee el hombre lo ha liberado de obligaciones que sean contrarias a sus libertades y puede y debe usar su derecho a ser libre en sus pensamientos, sentimientos y acciones tan sólo ajustado a las leyes morales y civiles de tal modo que su conducta no dañe ni perjudique a nadie ni implique incumplimiento de las leyes.
Dentro del sentido más amplio de solidaridad, los gobiernos tienen la obligación de disponer amnistías para quienes han sido privados de su libertad tan sólo por pensar diferente y exponerlas libremente, hecho que no está reñido con ninguna ley y es, simplemente, el ejercicio de la libertad que es inmanente al ser humano. Devolver las libertades a quienes han sido privados de ella o, en casos, se han visto obligados a salir de su país por temor a acciones punitivas, es un deber moral que las autoridades están obligadas a cumplir; de otro modo, querría decir que la autoridad vive sospechando que todos complotan contra ella y buscan la imposición de otro régimen, lo cual, viviendo en democracia es difícil.
Finalmente, por una Navidad que merecemos todos, que haya caridad con la patria que no debe soportar la persecución, el destierro, la corrupción, los complejos de quienes creen que todos debemos pensar y sentir como los que tienen poder, todos sin excepción, queremos paz, armonía y amor con miras a conseguir que la caridad y la solidaridad sean normas de conducta con el fin de conseguir un desarrollo armónico y sostenido en beneficio colectivo.
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