[David Foronda]

Privacidad y libertad ya perdidas


El pasado 9 de éste mes, El País, de Madrid, España, publicó un extenso artículo sobre la virtual pérdida total de la privacidad, y hasta la libertad, paradójicamente por el enorme salto tecnológico que ha dado el hombre en estos últimos tiempos. Debido a la importancia que tiene el mismo reproducimos partes sobresalientes, ya que tiene que concitar atención y preocupación. Bajo el título “Lo saben todo sobre usted”, con la firma de Luis Miguel Ariza, se señala:

Incontables cámaras de vigilancia escrutan sus movimientos. Ordenadores de capacidades descomunales rastrean sus huellas en la Red. Entramos en un universo controlado por ‘hackers’, gobiernos, empresas y traficantes de datos. Un paso más hacia el cumplimiento de la profecía orwelliana.

Al respecto, como ejemplo, sobre una joven de ese país, asegura que -por ese medio- se sabe todo: “se levanta a las 7 horas cada mañana, activa su teléfono móvil para comprobar el correo electrónico. Las luces de un servidor parpadean a kilómetros de su casa. Mientras lee las noticias en su tableta, navega por Internet y apura su taza de café, otro disco duro registra cada clic en sus tripas informáticas. Los algoritmos de Google -cuyo navegador es el más usado en el mundo- registran cada migaja de información en sus máquinas: qué páginas ha visto o leído y a qué hora exacta, qué videos ha visionado, dónde se encuentra la usuaria. Nuestra protagonista tiene una presentación en la oficina y repasa el último borrador en su flamante iPhone. Una copia se almacena automáticamente en la nube. La nube no es algo etéreo: miles y miles de servidores se apilan en armarios descomunales. Discos duros refrigerados dibujan pasillos larguísimos en funcionamiento ininterrumpido dentro de búnkeres a prueba de terremotos y envueltos en un monocorde ruido que rompe el silencio”.

Saben qué fotos ha subido en Facebook, respuestas a un tuit, ir en el coche al trabajo, cerrar una reserva en el restaurante mediante una aplicación y enviar un mensaje para cuadrar la cita con otros comensales. El GPS del móvil rastrea la localización cada segundo. Otra aplicación hace que un servidor conozca los teléfonos móviles de todos sus contactos de chat. El móvil escupe sugerencias sobre otras personas a las que conocer. Un poco de deporte antes de ir al trabajo permitirá que la cinta wifi atada a la muñeca transmita al móvil el número de pasos, pulsaciones, el ritmo cardiaco y la temperatura de su piel, memorizados en otra máquina. Su teléfono sabe dónde está con un margen de error de menos de un metro. Lo mismo ocurre con los comensales del almuerzo.

El mundo totalitario de Winston Smith, protagonista de 1984, se caracterizaba por una lucha por proteger la privacidad. Las violaciones personales eran constantes. La telepantalla vigilaba sus movimientos durante las 24 horas. Uno no estaba seguro de si lo escuchaban y debía actuar como si lo hicieran. Cualquiera podría ser el observador que lo llevara a la cárcel, al dolor o a la muerte en nombre del partido. No bastaba con fingir. Había que actuar de manera convincente para impedir que los ojos te descubrieran, reaccionar como los demás. La vigilancia era tan intensa que los padres temían que sus hijos les delatasen. Cualquier desviación de la rutina, como llegar al trabajo con los dedos un poco manchados de tinta, despertaba suspicacias acerca de si ese fulano estaba escribiendo, qué hacía y por qué.

Destaca el autor que “los servidores conocen hasta a la persona con la que duermes”, para luego añadir: el salto hasta 2015 desde la distopía de la sociedad de 1984, de George Orwell, repleta de recursos increíbles para la vigilancia, nos zambulle en un mundo extraño y contradictorio. Los flujos de información van y vienen, invisibles por el aire, y quedan almacenados en cascadas de servidores. “Hablan sobre los lugares que visitas, con quién te ves con más frecuencia y durante cuánto tiempo, tus gustos, hasta con quién duermes”, asegura Bruce Schneier, jefe de tecnología de la compañía Resilient Systems, en su libro Data Goliath: The Hidden Battles to Collect your Data and Control your World (Norton, 2015).

Los smartphones actuales no funcionan a menos que la compañía sepa dónde se encuentra el usuario. Y los sistemas operativos de los ordenadores se parecen cada vez más al de los móviles. En realidad, ya son lo mismo. En los mejores tiempos de la República Democrática Alemana, la Stasi contaba con 102.000 agentes que espiaban a una población de 17 millones, lo que significaba un espía por cada 166 ciudadanos -la cifra se reducía hasta 66 si se contaban los colaboradores-. Los teléfonos y las grabaciones eran indispensables para los chivatazos. Ahora el teléfono ha muerto. En su lugar llevamos una máquina que nos rastrea y que lo sabe casi todo sobre nosotros.

Por cierto que no deja de ser verdad, como para sentirse horrorizados, empero, esto no parece preocupar a nadie, porque ya casi todos los saben, y sin embargo continuaremos con el tema.

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