Yuri Mirko Ríos Madariaga
Qué nombre tan complicado te pusieron los científicos: Pterocnemia pennata, yo prefiero llamarte simplemente suri, tal como los remotos habitantes de la puna te bautizaron cuando te observaron correteando por primera vez y advirtieron que tu deslucido y polvoriento plumaje parecía colgar de tu cuerpo.
Junto al avestruz, el emú y el casuario representas a las últimas aves de gran alzada, incapaces de volar, todas víctimas sobrevivientes del egoísmo y la depredación humana. Pero no te sientas solo, en Sudamérica aún habitan dos parientes muy cercanos que lamentablemente al igual que tú, subsisten a como dé lugar si es que no se anticipa el espectro de la extinción a paso raudo: el piyo que ama el calor del Chaco y las pampas inundables del Beni, y el choique o ñandú de la Patagonia. No obstante, por azares del destino o por simple gusto escogiste vivir en las frías tierras altiplánicas.
Escudriñé tu vida y me enteré de algunas cositas muy interesantes: haces buen uso del don que Dios te dio en las patas, pues corres y corres casi incansablemente por los tolares y pajonales cuando te sientes amenazado. Que haces prevalecer tu coraje enfrentándote a otros machos pateándoles y picoteándoles. Que eres un danzarín sin igual cuando estás en plan de conquista en la época de reproducción. Como pocos en la naturaleza, eres un padre abnegado, pues te encargas de construir los nidos y con amor “maternal” incubas los huevos por cuarenta días sin descanso, excepto a mediodía cuando tienes que alimentarte por breve tiempo. Cuando nacen tus polluelos los cuidas con esmero, los guías y los proteges a costa de tu propia vida burlando al puma y al kamake. También sé que dentro de tu pechuga albergas un gran corazón, pues adoptas a los polluelos perdidos fortaleciendo tu grupo familiar. Y en cuanto a tus gustos gastronómicos, sé que comes de todo, especialmente las inflorescencias de la tola y los brotes tiernos de otros vegetales.
Y si hay algo que te asusta e irrita tanto como a mí, son los ruidos estrepitosos que irrumpen en el silencio perpetuo de tu hogar. Sí…. adivinaste, esas máquinas que parecen haber salido del mismo infierno y que osarán pasar por tercera vez consecutiva por tus dominios. Piensas que es otra forma de barbarie moderna y te doy toda la razón, es algo así como la “fiesta monstruosa” de la devastación, un neocolonialismo venido de Europa, pero recuerda que no hay mal que dure cien años.
En 2014 anhelaba ver a tus congéneres retozando por los Lípez, allá en el sur de Potosí, más no vi a uno solo, un claro indicio de que tu población ha decrecido alarmantemente. Empero, y a manera de consuelo me conformé con contemplar a cuatro de los tuyos en el patio de una parroquia de Uyuni.
Si mis semejantes pronto no asumen conciencia de su proceder, la afamada isla Suriqui en Wiñay Marca -a la que gentilmente otorgaste tu nombre- perderá por completo su identidad y se convertirá en una reminiscencia más de tu milenaria existencia.
Suri wayna, por el momento permanecerás vigoroso en la extensa llanura semiárida, caminando con pasos elegantes y como toda criatura viviente venciendo al tiempo rumbo a las estrellas del infinito…. y allá seguirás danzando como siempre lo has hecho.
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