Ocurre con frecuencia que algunas instituciones o individuos al verse acorralados por problemas económicos, sentimentales o políticos caen en la desesperación y empiezan a adoptar represalias y dar golpes de ciego, actitudes que confirman que han caído en la angustia ante la inminencia de una derrota catastrófica.
Esa reacción desesperada pareciera que está contaminando a algunos sectores del oficialismo por reacciones individuales y cuyas víctimas personales son intelectuales en general y analistas, comentaristas y periodistas que reciben amenazas directas e indirectas, como si ellas pudieran ser la solución a problemas estructurales cotidianos que merecen tratamientos sensatos y un mínimo de sentido común.
La explicación de la actual crisis económica por la que atraviesa el país, originada por menores ingresos de exportaciones, de más de tres mil millones de dólares, según el presidente del Estado, Evo Morales, ha determinado que mecanismos burocráticos adopten medidas perentorias, como gestionar créditos multimillonarios en países extranjeros; anunciar la instalación desde plantas termoeléctricas y nucleares, o bien disponer la aplicación de impuestos y otras medidas destinadas a “tapar” el déficit de las finanzas del Estado, hacer aspavientos de millonarias inversiones y otros recursos, medidas que solo pueden ser producto de la desesperación ante la tempestad que se avecina.
A esa crisis económica se suma el malestar político interno, al que se agregan dificultades de origen externo (casos de Argentina, Venezuela, etc.) que echan leña al fuego de la crisis y causan ostensible malestar en diversos niveles del oficialismo. Esos síntomas que amenazan la “estabilidad” del régimen son fenómenos que indudablemente también provocan reacciones de desesperación en los equipos de asesores que, por falta de iniciativas constructivas, recurren a acciones irracionales, como si ellas fueran el bálsamo milagroso que evite los malos sueños.
En efecto, ante ese desesperante panorama, diversos mecanismos de Estado han empezado a reaccionar con torpeza y están desatando medidas de presión económica, judicial y hasta política sobre personas que comentan y analizan con idoneidad e independencia diversos aspectos del acontecer nacional. Se trataría de amenazas subterráneas, producto de la exasperación, ante la creencia de que se les está acabando el mundo o, por lo menos, que les está temblando el piso, que son reacciones emocionales siempre negativas.
Es sabido que la desesperación es mala consejera y un recurso de escasa tolerancia. Es más, sus resultados son siempre nefastos, pues tienen el “efecto bumerang” que devuelve el arma contra la cabeza de quien la lanzó. Cuando los gobiernos acuden a recursos velados o directos contra ciudadanos que tienen toda la libertad de opinar, quiere decir que pecan de subjetivismo y en vez de considerar que esas apreciaciones de los medios de comunicación son la mejor guía para los gobernantes, caen ya sea en el error o ya en las falsedades (o en los dos a la vez), por lo cual cabe reiterar que la desesperación no solo es mala, sino pésima consejera.
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