No puedo preciarme de conocer desde hace mucho a Magela Baudoin, ni podría decir que conozco ampliamente lo que ha escrito. Es más, a Magela la conozco desde hace escasamente medio año, porque un día tuvo la gentileza de invitarme, junto con Oscar Barbery, a hablar algo sobre la literatura cruceña en un simpatiquísimo coloquio con jóvenes amantes de los libros. Pero esa reunión y otras, que no fueron estrictamente literarias, me llevaron a la conclusión de que puedo preciarme de ser su amigo. Además de que Magela debe estimarme mucho para haberse atrevido a presentar mi última novela, muy sufrida (la novela), que trata nada menos que sobre los padecimientos amorosos de un anciano setentón enamorado idiotamente de una bella dama treinta años menor que él.
Con Magela y Oscar nos reunimos con cierta frecuencia para conversar no siempre sobre literatura sino sobre la vida. Haciéndole culto a la buena mesa, hablamos libremente respecto de cosas del cotidiano vivir, de nuestras inquietudes, supersticiones, experiencias, sin ningún tipo de pretensiones que nos hace bien, porque disfrutamos plenamente de esos momentos. Así que desde esa perspectiva, sin desmenuzar su arte literario como se podría suponer, he observado la otra faceta, la más simple, aparentemente la más fácil de esta admirable escritora.
No cabe duda de que en su todavía corta carrera en las letras, corta porque es joven, Magela Baudoin se ha convertido en un fenómeno nacional. Hace un año, con su opera prima en la novelística, “El sonido de la H”, Magela ganó el Premio Nacional de Novela. Fue un suceso comentado pero nada que todavía sorprendiera demasiado. Sin embargo, cuando hace pocos días obtuvo el II Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, con “La composición de la sal”, nadie tuvo la menor duda de que estábamos frente a la escritora más exitosa que ha dado Bolivia en las últimas décadas, incluyendo a los varones naturalmente. Por lo menos la más reconocida por la crítica y por jurados de altísimo nivel. Ningún autor nacional -mujer o varón- ha obtenido triunfos tan consecutivos como Magela, ni ha brillado internacionalmente en tan poco tiempo.
Es evidente que las cruceñas están atravesando por un momento único en el campo literario. No decimos nada nuevo, puesto que a Magela (caraqueña de nacimiento, pero cruceña porque le da la gana, al decir de un buen amigo), se suman Giovanna Rivero y Liliana Colanzi formando una trica de ases ganadora o mejor todavía, tres reinas. Las tres se han destacado con merecidos reconocimientos fuera de la patria. Esto no significa que otras escritoras nacionales como Amalia Decker con su última “Mamá, cuéntame otra vez”, Verónica Ormachea con “Los Infames”, Luisa Fernanda Siles con su importante producción, y otras autoras más, no conformen un conjunto diverso de mujeres admirables, auténticas, sin afanes feministas únicamente, que nos enorgullezcan. Lo que sucede en el caso de las literatas cruceñas es que están destacándose fuera del campanario y esas son palabras mayores. Una feliz coincidencia en este 2015 que ahora termina.
“La composición de la sal” es una selección de catorce cuentos magníficos, que he leído recientemente, después de la concesión del Premio en Colombia, porque no hallé ni un solo ejemplar antes. Aunque ya conocía “El sonido de la H”, excelente por cierto, estos escritos breves me han sorprendido por su impecable español, por su escritura delicada, sin vulgaridades, por la profundidad con que enfoca los escenarios y personajes donde hay que estar muy atento para no perder el hilo del relato, y sobre todo por la inteligencia y la cultura que, sin pretensiones, demuestra la autora. En suma, mirando a Magela de la distancia desde donde no la ven muchos de sus colegas más próximos, que la conocen verdaderamente, puedo decir que desde esta orilla, la mía, la escritora y amiga es realmente merecedora del galardón que ganó espléndidamente y de muchos más que están porvenir.
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