H. C. F. Mansilla
En julio de 1946 se acuñó un lema que fue muy famoso por aquellos años: “La Paz: cuna de la libertad y tumba de tiranos”. Una emisión de estampillas con esta frase constituye hasta hoy una de las serias filatélicas más raras y más apreciadas entre los especialistas. Hay que dudar, sin embargo, de que la concepción de libertades públicas haya realmente echado raíces profundas en una sociedad que desde hace siglos exhibe muestras de autoritarismo practicado cotidianamente.
Hasta comienzos del Siglo XIX el actual territorio boliviano no conoció una discusión con repercusiones políticas en torno a las libertades individuales. Durante el periodo colonial existía una atmósfera general signada por el autoritarismo y el dogmatismo, en la cual no pudo surgir una amplia corriente favorable al libre albedrío individual y a las decisiones racionales de la consciencia. En un orden básicamente colectivista, como era el colonial y sigue siendo el actual, los valores positivos de orientación estaban y están centrados en torno a la dignidad nacional, la justicia social, la identidad grupal, la autonomía con respecto a otros centros de poder, el respeto a las jerarquías tradicionales y la preservación de las convenciones y rutinas prevalecientes. Habitualmente estos valores son intuidos con mucha emoción porque tocan las fibras íntimas de la nación. Su carácter gelatinoso y colectivista dificulta, sin embargo, una definición argumentativa y un tratamiento razonable de los mismos. El resultado ha sido y es un modelo civilizatorio que presta poca atención a libertades públicas y derechos humanos, que son fenómenos que atañen a individuos concretos en situaciones específicas, en comparación con los valores antes mencionados (dignidad, tradición, identidad), que casi siempre han tenido una función retórica y una cualidad colectiva.
Las doctrinas más apreciadas en el país, como la iniciada por Franz Tamayo, han sido fundamentalmente antimodernistas, antiliberales y teluristas. El lenguaje radical se combina muy bien con una posición conservadora. Tamayo exhibe un carácter paternalista en el tratamiento de los indígenas: celebra la frugalidad y el laconismo de los indígenas, la radiante energía física, las magníficas condiciones morales de los mismos y el hecho de que encarnen un carácter formado por la “persistencia y la resistencia”, pero no les confiere aptitudes filosóficas o políticas. Tamayo postula un esencialismo positivo (las cualidades morales y físicas del indio), mezclado con un esencialismo negativo: el indio como privado por naturaleza de aptitudes superiores en los órdenes intelectual y político. Aquí radica el innegable paternalismo de Tamayo, quien consecuentemente nunca propuso una reforma agraria o algún programa revolucionario concreto a favor de los intereses indígenas.
La atmósfera cultural que envolvió a Tamayo, a los teluristas, a los socialistas y ahora a los indianistas fue calificada por Pablo Stefanoni como el “magma antiliberal”. Este autor llega a la conclusión de que el antiliberalismo ha sido la fuerza aglutinadora de la política y de la cultura bolivianas después de 1920. El antiliberalismo fue el caldo de cultivo tanto de concepciones filosóficas como de programas políticos y de modas literarias. Fue el denominador común de doctrinas conservadoras y nacionalistas, pero también de tendencias revolucionarias y marxistas.
Como resumen se puede aseverar lo siguiente. Todavía hoy liberal suena a un exceso de libertad, a un intento de no acatar las normas generales del orden social y al propósito de diferenciarse innecesariamente de los demás. Las consecuencias práctico-políticas de la modernidad racionalista y liberal no han sido aceptadas del todo en el ámbito boliviano, donde siguen produciendo una especie de alergia colectiva. El ejercicio efectivo de las libertades políticas y de los derechos humanos nunca ha sido algo bien visto por la colectividad boliviana de intelectuales. Es una atmósfera general que puede ser caracterizada como católica, antiliberal y proclive a la integración de todos en el conjunto preexistente. Por ello la sociedad boliviana se organiza y reorganiza según principios orgánico-jerárquicos y anti-individualistas. La libertad individual sólo es tolerada como sometimiento bajo un Estado fuerte que posee el monopolio de la justicia. Este es el contenido de las grandes doctrinas católicas en torno al ordenamiento socio-político. Es probable que este contexto se mantenga aún por largos años.
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