La Navidad es, desde siempre, el recuerdo del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, una fiesta religiosa, un día en que la unidad y la paz se deben hacer presentes. El gran mensaje de Dios a los hombres, al anunciar el nacimiento de Jesús, fue: “Gloria a Dios en los cielos y paz en la tierra a los hombres”; un mensaje que, año tras año, se recuerda pero que, generalmente, no se toma en cuenta como debería ser por parte de la humanidad en su conjunto.
La Navidad de este año, como de muchas del pasado, tendrá dos facetas: la primera, que no obstante las prédicas sobre paz y concordia, unidad y entendimiento entre los hombres, continúan guerras y enfrentamientos, dos males que cobran miles de víctimas y causan dolor, luto y lágrimas en millones de personas; guerras que insumen mucho dinero que podría servir para paliar el hambre y curar enfermedades de millones; dinero que serviría para construir obras de infraestructura, escuelas, colegios, hospitales y centros de capacitación científica y tecnológica.
El otro factor que nubla la Navidad es el consumismo porque mucha gente cree que el recuerdo del nacimiento de Jesús implica regalos, fiestas, consumos de toda naturaleza agotando dinero que podía servir para menesteres y necesidades de cada hogar. Es lamentable cómo la oferta de juguetes y regalos de toda calidad y precio abunda en los mercados y quienes poseen dinero despilfarran a manos llenas. Por el contrario, las mayorías que no tienen ni lo más necesario para la subsistencia diaria, ven agudizados sus problemas, más lacerante es el hambre para los que sufren miserias, más doloroso el ver a sus niños sin posibilidad de tener lo que tienen los que poseen mucho dinero, o poco pero destinado a ofrendas y festejos que están lejos del espíritu navideño.
Para muchos existe el aguinaldo de fin de año y a ello se agrega el segundo aguinaldo que podría paliar necesidades urgentes del hogar pero que es destinado, generalmente, a satisfacer costumbres que se ha adquirido olvidando el sentido y el espíritu de la Navidad. Para quienes no poseen ni un aguinaldo y menos el segundo, que son la mayoría del país, no quedan ni esperanzas de mejorar su situación y, con lo poco que tienen solventan hasta pobre y sencillamente las necesidades de la Nochebuena. Hay dolor en muchas familias, hay hambre y necesidades en muchos hogares, hay indiferencia y nomeimportismo en autoridades y gentes que poseen mucho cuando otros necesitan solidaridad y cariño; pero, lo que corresponde, hoy más que nunca, es pedir a Jesús que aminore el dolor y las necesidades de los que no tienen, otorgue amor y felicidad, unidad y comprensión a los que poseen mucho para que, amortiguados los deseos consumistas, se despierte en ellos la solidaridad y den algo, así sea poco, a los que no tienen pero que poseen, igual que ellos, un espíritu que clama por mejores días y porque la Navidad sea para todos.
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