El sentido de la Navidad

La Navidad o Natividad de una fiesta estrictamente cristiana, de conmemoración a la venida a esta tierra de Jesús, llamado el Cristo o ungido, se ha constituido en una fiesta mundial, pues seguramente en muy pocas partes del planeta, los individuos no se reúnen en familia y amigos, para darse un descanso al ajetreo cotidiano para subsistir de la mayoría y para el goce del poder político y económico de unos pocos.

El contenido de la Navidad, es un contenido religioso y en consecuencia espiritual, religioso porque la cristiandad celebra el nacimiento del mesías, que trajo buenas nuevas al mundo y dejó una como enseñanza una doctrina del amor al prójimo, del perdón, del renunciamiento a los bienes materiales y de una vida consagrada al bien. Además Jesucristo fue coherente en su vida con sus enseñanzas, pues nunca tuvo nada, comía donde le daban alimento, dormía donde lo acogían y por eso al morir en la cruz, nos dejó como herencia a su madre, cuando le dice a Juan: “Juan, he ahí a tu madre; madre, he ahí a tu hijo”, la más grande herencia, pues en la vida de los hombres, es la madre el ser más excelso.

Es en la Navidad que los seres humanos, inspirados en el nombre de Jesús, tenemos que dejar de lado los odios, los rencores, los resentimientos que tanto mal nos hacen y por unos días, tener nuestro espíritu gozoso por la Natividad, un espíritu lleno de amor, de comprensión, de solidaridad con los demás, tal como nos enseñó el hombre Dios, pues por lo menos unos días o al final una noche, dejemos la ruindad que parece ser la característica de la mayoría de los individuos.

Aquellos que gozan de poder político y económico, debieran también en esta fecha, dejar de lado la soberbia del poder y el odio político, por eso en esta fecha solía decretarse desde el poder, la amnistía por Navidad, para que retornen los que buscaron acogida en otro país, huyendo de la persecución política; para que cesen los juicios instrumentalizados desde el poder contra sus supuestos enemigos; para que puedan mirar a los demás, no como enemigos políticos, sino como conciudadanos y para que reflexionen sobre el uso y abuso de poder que ejercitan.

Los ricos deberían mirar como iguales a los pobres y no desde arriba, con desprecio, pues en puridad de verdad, como lo sentenció Aurelio Agustín o San Agustín, todo lo que existe sobre la tierra es de Dios, el que por su infinita bondad nos permite disfrutar de los bienes terrenales, pues al acabar nuestra vida, nos llevamos lo poco o mucho que tenemos, o seguimos disfrutando del poder, es más bien el momento en que todos somos iguales ante la muerte, los poderosos del poder y la riqueza, y los pobres, mas éstos últimos, los excluidos, humillados -tal como dijo Jesucristo- serán los que entren al reino de los cielos para encontrar a Dios.

Hemos escuchado al Vicepresidente del Estado plurinacional, la víspera de la Nochebuena, en conferencia de prensa, arremeter contra un dirigente opositor y contra los líderes políticos del pasado, casi todos en el exilio, tratándolos con epítetos duros, como es su lamentable estilo, demostrando una vez más, que su política es la del odio, contraria a la doctrina cristiana. De defensa de los dirigentes de movimientos sociales involucrados en el “affaire” del Fondo Indígena, pues según su pensamiento, la demanda pública de juzgarlos, sería un acto de racismo.

Fue el mismo Cristo que sentenció: “Perdonad, no juzguéis”, pues ¿quiénes somos nosotros, por mucho poder efímero que tengamos, para juzgar a los demás, más aun cuando la justicia en nuestro país es inexistente y ha perdido su independencia del poder político?

En esta fecha, debemos retornar al verdadero espíritu de la Navidad, de amor al prójimo y perdón, y olvidar el exagerado materialismo, que iguala a derechistas e izquierdistas, cuando se trata de hacerse de fortunas a costa de los intereses públicos, de superar el egoísmo humano que parece corroer nuestra existencia, pues el mejor homenaje al hombre más grande del drama humano, Jesucristo, es imitarle y en consecuencia seguirle.

A nuestros apreciados lectores, les decimos: “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.