Remontándonos a 1925 evoquemos las fiestas de Año Nuevo cuando la plaza Murillo era el centro principal de la celebración.
La víspera del 1 de enero, a eso de las diez de la noche, era de rigor reunirse en la plaza Murillo para esperar el Año Nuevo y despedir al viejo. De todos los rincones de la ciudad llegaba la gente, por la vereda del cine París y del Círculo Militar empezaba el paseo y al frente se formaba un cordón de jóvenes, quienes tomaban ubicación, saludándose de una fila a otra.
Los caballeros con sus familias saludaban a conocidos y conocidas, sacándose el tongo con mucha ceremonia. Los jóvenes lo hacían con sus pajizos, intentando demostrar a los padres de las jóvenes más bellas, sus atributos de buena educación aprendidos en El Carreño.
En el centro de la plaza tomaba ubicación la banda de música de “Los Colorados de Bolivia”, amenizando la fiesta desde una esquina de la plaza, en el kiosco llamado el de los stronguistas.
En las graderías tomaban sitio los componentes del pueblo paceño, quienes después de las doce de la noche bailaban al son de los acordes de la música interpretada por los músicos.
Se aproximaba la hora y todas las miradas estaban puestas en el reloj del Palacio Legislativo. El momento en que una sirena poderosamente anunciaba las doce, todos se abrazaban, conocidos y desconocidos, la alegría que se producía ese momento era realzada por los acordes de la banda y la gente reunida en el centro de la plaza bailaba con entusiasmo.
Otra parte de la ciudadanía esperaba el acontecimiento en los grandes hoteles y restaurantes de la época. El Club de La Paz quedaba entonces donde ahora se encuentra la Cancillería de la República, el famoso “París”, el Club Bancario situado en la calle Comercio, el Club Ferroviario y otros restaurantes más pequeños, como el Kutsner, La Perla y el Bavaria se habían preparado con esmero y anticipación para celebrar la fiesta más grande del año.
El Club de La Paz y el Hotel París contaban con los salones más suntuosos de la época. El París ocupaba todo el edificio en la esquina de la plaza Murillo, su decorado nada tenía que envidiar a algún hotel europeo de la época.
Damas y caballeros que concurrían a esos lugares iban con sus mejores galas, ellos con frac, los jóvenes con smoking, las señoras con trajes largos, sombreros y tapado “Macfarlán” a la última moda de París, era una noche de elegancia.
A medida que se aproximaban las doce, los caballeros sacaban a relucir sus hermosos relojes “Longines”, los cuales estaban colgados de una cadena de oro que llevaban en el paletón. Los garzones esperaban el momento con la botella de champagne en la mano. A la hora precisa, el barman gritaba las ¡doce de la noche! y al estallido de los corchos del espumante champagne comenzaba el festejo.
El ruido se confundía con la sirena de La Razón de entonces y el alboroto de la gente que se encontraba en la calle.
En esos hoteles el despliegue de licores finos era memorable, forzosamente tenía que beberse champagne francés, la botella costaba 12 centavos, ¡una libra esterlina! Después venían los vinos que las señoras acompañaban con “Soda Water”. Luego del brindis se rompía el baile al son de un pasodoble, la pista de baile se llenaba de parejas que hacían retumbar el piso con el taconeo de sus zapatos importados, cubiertos con elegantes gets.
En el “París” tocaba una orquesta de mujeres, “Las Damas Vienesas”, en el Club de La Paz amenizaba la Típica y Jazz de don Francisco J. Molina, la orquesta de moda en esas épocas de esplendor.
Los galanes y los pijes de entonces hacían despliegue de sus habilidades con la música de moda que sabían bailar con maestría.
Al amanecer ellos se reunían en la plaza Alonso de Mendoza, en San Francisco y la Evaristo Valle para tomar ponches y el delicioso api con llauchas, las más famosas eran de “La Choka” en la calle Bueno; ellas surtían a los vendedores, quienes salían con sus bandejas de madera con carbones encendidos, ofreciendo llauchas calientitas por toda la ciudad.
En la calle Evaristo Valle el restaurante más conocido era el de “La Valentina”, estaba también el del “Chino”, donde servían deliciosas picanas por solo cinco reales.
Al día siguiente se reunían las familias para festejar el Año Nuevo en sus casas, bailando al son de radiolas y victrolas ortofónicas con los discos de la RCA Víctor y Columbians; se organizaba fiestas con pequeñas estudiantinas y se bailaba al compás de las concertinas y guitarras de los que sabían tocar. Lindas épocas las de entonces, dignas de nunca olvidar.
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