Antes de la presente y deslucida época que vivimos, Bolivia en el concierto de las naciones siempre aparecía luciendo acciones y actitudes épicas y heroicas que causaban admiración mundial. Esas expresiones eran las revoluciones, motines militares, golpes de Estado, levantamientos campesinos, guerras, guerrillas y sucesos parecidos. Ese tiempo heroico parece que ha terminado y ha sido sustituido por una etapa del ridículo o sea digno de risa y burla.
En efecto, Bolivia está pasando de la imagen de la seriedad a la imagen de la burla y, como dice la sentencia universal, está en el trance en que de lo sublime a lo ridículo no dista más que un paso.
Hasta hace poco tiempo el prestigio épico de grandes sucesos políticos y sociales, originaba admiración y hasta el asombro mundial. Pero ahora Bolivia se ha vuelto motivo del hazmerreír general, como efecto de actos y dichos que protagonizan sus personajes destacados. Expresiones de altos funcionarios se han vuelto causa de burla no sólo para ellos, sino que afectan también a toda la sociedad. Las opiniones oficiales acerca, por ejemplo, de que las piedras tienen sexo y se reproducen, que la papalisa es como afrodisíaco, la Coca Cola y el pollo causan la homosexualidad, así como cuestionables coplas carnavaleras son aplaudidas por algunas ministras, y hechos parecidos no han podido ser menos que jocosas expresiones que han causado carcajadas homéricas en todo el planeta, mostrando a Bolivia como un país poco serio y a sus conductores en figurillas.
A esas exhibiciones se suman ahora actos risibles, como disfrazarse con ropa de mujer, mostrarse en bailes haciendo vulgares contorsiones, uso de sombreros y disfraces carnavalescos y todo tipo de actuaciones que revelan decadencia.
Esos casos han dado vuelta el mundo con gran escándalo, haciendo ruborizar a los ciudadanos, tanto por los hechos en sí mismos como por supuestos agravantes, de tal forma que en vez que Bolivia cause asombro por sus noticias, ahora es motivo de chacota y burla.
En efecto, el exhibicionismo se extiende como aceite sobre el agua, quedando, en esa forma, sus protagonistas en situación de comediantes, al contrario de la imagen de seriedad de la que estaban gozando. Así se confirma que de lo sublime a lo ridículo no dista más que un paso y el ridículo que pueda causar una autoridad tiene efecto demoledor para la dignidad nacional. Se debe recordar que la dignidad de los gobernantes es la dignidad de las naciones.
De esta manera estaríamos pasando de la época de grandes actos heroicos a la etapa de lo ridículo.
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