Algo más que palabras
Vivimos bajo el espíritu de las contrariedades. Queremos ser libres y no sabemos ser justos. Mientras unos marginan la religión para confinarla a la esfera privada; otros, en cambio, quisieran imponerla a todos con la fuerza. Mujeres y hombres rivalizan su género en lugar de complementarse y aspirar a sentirse cada cual en sus capacidades y personalidad. Algunos sectores productivos adoctrinan a la humanidad para ser máquinas de producción y consumo, sin corazón alguno. Otros sectores conviven con el vicio, sin posibilidad de dignificarse, en términos de libertad y responsabilidad.
En ocasiones, también vamos contra nuestra propia humanidad hacia un dominio del hábitat cada vez más egoísta; obviando que en mi vida entra la vida de mis análogos. Precisamente, uno de los interrogantes más apremiantes del mundo actual, quizás radique en cómo equilibrar todo este ambiente de contradicciones que hoy nos deshumanizan totalmente.
En efecto, ante esta atmósfera de imposiciones, o de diálogos con guión marcado, se precisa más que nunca otros lenguajes más solidarios, receptivos con el itinerario ético que todo ser pensante nos merecemos. Hemos de cambiar el mercado por los talentos humanos para reparar el abuso injertado en nuestro medio ambiente. Todos, sin excepción alguna, podemos y debemos colaborar como instrumentos de pensamientos para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus ideas.
En este sentido, nos alegra que el Grupo de Trabajo de Expertos de la ONU sobre los Afrodescendientes, acabe de afirmar recientemente, que la implementación del Acuerdo de París y las negociaciones futuras sobre cambio climático deben tomar en cuenta las necesidades y las opiniones de las personas en mayor riesgo y no deben basarse en las fuerzas del mercado, que son las que hasta ahora han imperado.
Hemos de reconocer, pues, que a pesar de los avances en la lucha contra el racismo y la discriminación, tanto directa como indirecta, esas personas se hallan entre las más pobres y marginadas del planeta. De manera habitual viven en comunidades afectadas excesivamente por la degradación ambiental, polución del aire y contaminación con desechos tóxicos. Verdaderamente, llama la atención que ante este brío de contrasentidos, la debilidad de las instituciones internacionales sea manifiesta y no actúe con una mayor contundencia.
El sometimiento de estos foros a las finanzas, o al poder de los privilegiados, cuando menos también deberían hacernos recapacitar. No olvidemos que está en juego, nuestra específica continuidad como especie humana, y el interés económico no puede prevalecer sobre la vida. Reivindico, en consecuencia, que todo debe estar al servicio del ser humano. No somos Dios, pero tampoco seamos demonios autodestructivos.
Al respecto decía el inolvidable escritor ruso, León Tolstoi, que “vivir en contradicción con la razón propia es el estado moral más intolerable”, y pienso, efectivamente, que lo más importante de esta dignificación humana es el modo de su ejercicio, porque se puede obedecer el raciocinio, practicar el bien moral y tender por el camino recto, que ha de ser el del bien colectivo. Lo que es inaguantable es seguir una dirección totalmente inhumana, yendo tras el espejismo de unas ilusorias apariencias, perturbar el valor moral y quedarnos sin hacer nada.
Es tiempo de socorrer al prójimo necesitado, quizás sin perder ese sentimiento de contrariedades que hay detrás de todo conocimiento, y también de favorecer la biodiversidad. No tenemos derecho a que desaparezcan cada año miles de especies vegetales y animales por nuestras acciones alocadas. Se me ocurre pensar en que cada territorio debiera responsabilizarse y hacer inventario de sus especies, en orden a desarrollar estrategias protectoras, puesto que todo, al fin y al cabo, contribuye a la reconstrucción o al deterioro de la calidad de la vida humana, a su realce o a su degradación social.
Será un signo de esperanza que, con el inicio del año 2016, hagamos la enmienda y el buen propósito de fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana y que, como tal, no debemos aislarnos, sino fraternizarnos; sabiendo que, en esta puesta de fraternidad, no debe haber tantas barreras, ni tantos muros. Pasemos de la indiferencia a la implicación, del desgano a la perseverancia, por un mundo más de todos y de nadie, más caritativo y menos rencoroso.
El autor es escritor.
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