En términos estrictamente objetivos, el año transcurrido ha mostrado problemas de carácter esencial para la existencia del conjunto de naciones, pero, en especial, para nuestro país, permitiendo considerar que los próximos tiempos no serán color de rosa y, por tanto, será necesario tomar las medidas necesarias con debida anticipación.
En primer lugar, a nivel mundial se observa un proceso de enormes dificultades económicas y sociales, pero en particular un viraje hacia objetivos conservadores, como en los casos de España, Francia y otros, donde corrientes llamadas de izquierda sufrieron contundentes derrotas. Si bien esos problemas se reflejan en nuestro país, no inciden en el desarrollo de las actividades cotidianas.
Pero lo que es importante considerar es la situación nacional como resultado de la evolución de sus actividades propias. Los asuntos de otras naciones tienen sus propios actores y sus pueblos y gobiernos están en condiciones de encararlos de acuerdo con sus propios puntos de vista y los procedimientos que sean convenientes.
En el año transcurrido, sin embargo, la realidad boliviana ha sido afectada por el derrumbe del sistema político populista continental a partir del desplome del régimen venezolano, al cual siguió el argentino, enseguida de la transición política cubana de un régimen socialista a una apertura democrática y capitalista. No se debe dejar de tomar en cuenta los colapsos políticos de Paraguay, Uruguay y Nicaragua y la aguda crisis política que encara Brasil que, saliendo de utopías rampantes, tratan de retornar a la realidad. Como resultado de ese conjunto de impactos, el régimen boliviano ha quedado aislado.
Si bien esos factores externos produjeron efectos inmediatos, también se debe considerar que la realidad boliviana ha sido profundamente afectada por causales internas de significación, tanto económicas, políticas y sociales. En efecto, en primer lugar ha terminado abruptamente la afortunada elevación de precios de las materias primas, que constituyó la base de la bonanza que registró el país durante diez años y gracias a la cual el Gobierno, pese a los derroches e imprevistos, gozó de inefable estabilidad política, aunque la atribuyó erróneamente a la nacionalización del petróleo. Solo quedaron para evitar una crisis total el contrabando, las remesas y el narcotráfico.
Aparte de esos negativos elementos, se presentaron los asuntos políticos y el oficialismo cayó en un remolino de derrotas en jornadas electorales, al extremo de perder gobernaciones, alcaldías, apoyo a las autonomías, credibilidad, sufriendo, además, la deserción de intelectuales, movimientos sociales y otros que multiplicaron la fuerza de la oposición.
El mayor motivo de la crisis general del año que fenece se presentó en la gigantesca ola de corrupción en medios oficiales; el increíble caso del Fondo indígena (en el que están implicados los órganos Judicial, Legislativo y Electoral, la Policía, el Ministerio Público); la política de flotar créditos leoninos en países imperialistas; cobrar al pueblo nuevos impuestos para cubrir dispendios burocráticos; acrecentar la deuda pública y otros aspectos más que perfilan la proximidad de una crisis terminal del aparato estatal con pocas posibilidades, además, de encontrar remedio.
El nuevo año no será, por tanto, color de rosa y como bien dijo el jefe de Estado, “habrá que ajustarse los cinturones”.
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