Tipnis: hacia el uso comunitario de la naturaleza

Gustavo Portocarrero Valda

Estamos ya en 2016. Según una publicación de fines de noviembre pasado, el Gobierno boliviano ha renunciado con carácter definitivo a partir en dos la selva boliviana del Tipnis con un moderno camino de varias pistas, para luego descuartizarla con utilidades económicas. Es útil destacar que esta vez que, por encima de pasiones políticas inconsistentes y la feroz represión a los aborígenes ecologistas, se impuso una poderosa razón de orden económico: la pérdida del financiamiento. Cabe recordar que en las lides de aquella guerra, los indígenas han padecido no solo jugarretas y secesiones divisorias a costa de generosas prebendas oficiales -a favor de Caínes y Judas- sino también agresiones, persecuciones y acciones judiciales intimidatorias, que no lograron doblegar su férrea convicción naturalista.

De esta forma, las situaciones y ventajas “civilizadoras”, que se ofrecían como cebo a los lugareños, quedaron en nada aunque solo provocaron babas sedientas en la boca de aventureros cocaleros, explotadores madereros, petroleros, “turismo” de aventura, proxenetas profesionales, campamentos de bebidas alcohólicas y -entre otras cosas más- un futuro de explotación y miseria. Estas dos últimas consecuencias es resultado de lo que acarrea el “progreso” y la “tecnología” para cualquier aborigen, aunque abundante lucro para otros bolsillos a costa de la destrucción del medioambiente natural.

Quedó claro que los comuneros sostuvieron –firmemente- que no permitirán la parcelación de la tierra y continuarán con sus formas tradicionales de sobrevivencia.

Sin embargo es útil reflexionar que también otros riesgos se les pueden avecinar, especialmente por sus condiciones actuales de pobreza. Por este motivo yo aconsejaría a los residentes avanzar positivamente en sus propósitos, sin desnaturalizarlos. Pueden tener seguridad de que la propia Madre Naturaleza les brindará toda la subsistencia que precisan -generosa subsistencia, además- si se emplea sus recursos con plena racionalidad, organización y celo. Muy en especial si no se la forza ni contamina para sacar plusvalía, a costa de agotar las propias ricas potencialidades de aquellas tierras.

¿Utopía? ¡Claro que no! Si el hombre ya va a llegar al planeta Marte, ¿por qué no habría de poder organizar una sociedad con principios filosóficos de racionalidad y honestidad en su base, y el uso social colectivo, en su estructura material? Bastaría su aporte con el trabajo humano, la creatividad y el optimismo social adecuado, sin más patrones ni empresarios que aquellos mismos, socialmente organizados.

La selva primaria del Tipnis tiene habitantes en condiciones naturales pre capitalistas con total ausencia de lucha de clases. Está dada la base social para establecer sin conflictos una humana organización consciente, sólida y poderosa. Sólo necesita clarificación de objetivos y ayuda ideológica, pero también apoyo material y moral.

Como ya lo dije en anteriores artículos, los comuneros no sufren las lacras de la actual sociedad “civilizadora”, que solo busca destruir toda forma de vida. No tienen aquellos los vicios del alcoholismo, juegos de azar, prostitución ni drogas. Son los mejores sujetos activos y pasivos para un engranaje social-político, creador como positivo.

Salvo convicción, no se necesita muchas cosas para los objetivos anteriores.

Sin embargo, por razones de un mínimo orden, ocupa el primer lugar la situación jurídica a establecer. Deben las comunidades constituir de inmediato su Carta o Declaración Constituyente Orgánica Geográfico-Regional que regule su gigantesco territorio, sus secciones, condiciones y estructura de funcionamiento democrático. Para dicha tarea solo se precisa asesoramiento legal, político y social que bien puede brindar una universidad cualquiera a su Asamblea General.

El acto de fundación podría guardar indudable trascendencia nacional e internacional. Con la participación solidaria de otras fuerzas aborígenes del país, trabajadores, intelectuales, prensa, radio y televisión, las cosas prometen buenos resultados a favor de aquellos objetivos.

La segunda fase, también corresponde a otro asesoramiento. Se trata de un estudio socio económico de los recursos materiales y humanos de la región e infraestructura, para efectos de su trabajo y aprovechamiento comunitario, intercambio de recursos, organización productiva de la sociedad. Para dicho efecto deben contribuir las carreras universitarias de sociología, desarrollo económico y educación.

En la etapa de ejecución, se puede hacer realidad el aporte de la cooperación internacional con un todo estructurado, situación que no se hará esperar. Existen organismos que pueden colaborar con los costos de infraestructura.

Es ya hora de que los dirigentes que han intervenido en las lides por su autonomía, no se dejen llevar por la pesadez y comprendan la responsabilidad que aún tienen al frente. Su dinámica, demostrada en el fragor de las luchas, los podría llevar al éxito en su camino hacia el bien de la sociedad que representan.

Aquello será una tentativa y experimento contemporáneo valioso para mostrar un nuevo modelo de desarrollo humano, acorde con la vida natural.

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