Dictadura del gremio del transporte

El paro del jueves pasado del transporte público en La Paz y El Alto protagonizado por el gremio de choferes, tuvo características que merecen el estudio de sociólogos, políticos y analistas, de tal forma que se pueda comprender lo que está ocurriendo en el desarrollo socio-económico del país.

En primer lugar, ese paro, como los anteriores, revela la presencia de una poderosa nueva clase social de pequeños propietarios y empresarios de vehículos, la misma que aumenta su peso en la vida económica del país, pero en especial en su actividad política sin que exista, por lo además, freno alguno que evite su crecimiento y desarrollo. Esa influencia es, por tanto, múltiple.

Igual que en otros sectores de pequeños empresarios, se observa que los diversos progresos de la ciencia y la técnica minan, por así decirlo, de manera inevitable, los cimientos de la pequeña producción, resultado típico de una sociedad capitalista y que en un país como Bolivia, con un tipo de economía de esa naturaleza, aparecen cada vez más extensas capas de pequeños propietarios.

En efecto, de ese recién nacido capitalismo siguen naciendo la pequeña producción y la mentalidad gremialista con el agravante de que los nuevos pequeños productores “contaminan” sus puntos de vista en las verdaderas organizaciones obreras (sindicatos), desviándolas, por tanto, a objetivos contrarios a los mismos obreros. En efecto, además de esos aspectos, se encuentra que mientras los pequeños empresarios miran de palco a quienes actúan en primera fila como fuerza de choque, son los obreros a quienes poco menos que expolian.

Entre las amplias capas de pequeños productores se encuentra que mientras unos se enriquecen, otros caen en la ruina y desaparecen, es decir que en esos gremios existe división de intereses. Ocurre eso entre los gremiales, carniceros, panaderos, cooperativas y especialmente entre los campesinos, etc. Por otro lado, la capa que se enriquece adopta posiciones políticas cada vez más radicales y, por ejemplo, desconoce la existencia del Estado, no acepta negociaciones y, finalmente, toma las calles e impone sus objetivos económicos, como en el caso de las tarifas del transporte. Es más, ya es tan notable la fuerza de esa capa social de pequeños productores, que también impone precios de monopolio a sus servicios y los productos que vende, sin que el Estado central pueda mover un dedo.

En cierta forma, el Estado ya no existe para ese sector gremial de pequeños propietarios; está siendo sobrepasado y no solo por un sistema capitalista, sino con un capitalismo salvaje sobre el cual no se puede aplicar medida de ninguna clase. Este gremialismo o falso sindicalismo se va convirtiendo en otro Estado, con objetivos económicos y en particular políticos propios, en cierta forma ignorados por el Gobierno actual.

En particular, los gremios (mal llamados sindicatos), en especial algunos de ellos, como los transportistas, han adquirido tan grande volumen que llegan a practicar una especie de dictadura para conseguir sus intereses. Ponen de rodillas a las autoridades y las obligan a construir caminos, fijar precios, imponer sistemas, etc., que en su propia dinámica y evolución están dirigidos a objetivos de distinta calidad a la que se llegará inevitablemente, a no ser que se los tome en cuenta oportunamente.