En un reciente artículo publicado por el sitio RT, Juan Manuel Karg intenta retratar el escenario económico y político previo al próximo referéndum boliviano introduciendo muchas imprecisiones y medias verdades que no se pueden pasar por alto. En los siguientes puntos, resumo mi crítica al respecto:
En primer lugar, si bien el proyecto de reforma de la constitución que será puesto a consideración en el referéndum de febrero está dirigido a habilitar a los actuales mandatarios del Estado a participar en las elecciones en 2019 y no de manera indefinida, conviene que sepa el extranjero “progresista” que opina sobre Bolivia que ya antes (en octubre de 2008) el presidente prometió no postularse a una reelección habiendo faltado a su palabra (Véase: http://www.opinion.com.bo/opinion/articulos/2013/0227/noticias.php?id=87493). Por tanto, la lectura de los medios de comunicación del continente está basada no en una mala intención sino en una ausencia de credibilidad del líder del trópico cochabambino.
En segundo lugar, a medida que pasan los días, el ministro del área económica y su equipo se van quedando solos con la cantaleta de que los logros de la gestión se encuentran principalmente en las variables macroeconómicas, de las más estables del continente, y hasta uno de los analistas más afines al gobierno acaba de desmarcarse admitiendo que la causa fundamental del auge económico boliviano fueron los precios internacionales de las materias primas… Es más, el Plan Nacional de Desarrollo 2016-2020 recién aprobado (cuyo proceso de elaboración habría durado más de cuatro años, en los cuales el país deambuló sin norte ni destino) no es más que un mal instrumento de campaña para el próximo referéndum porque sólo representa un conjunto de buenos deseos supeditados a deuda externa onerosa a contraer y créditos internos a carcomer las cada vez menores reservas internacionales netas. En estas circunstancias, a pesar de que, hasta el presente, la propaganda gubernamental parece haber posicionado muy bien un discurso económico triunfalista, éste podría estar a punto de desmoronarse cual castillo de naipes ante la fuerza de la realidad, poniendo en cuestión la presumida capacidad para gestionar la economía a la que se refiere el vicepresidente en una entrevista mencionada en el artículo donde presenta a Bolivia como un ejemplo a seguir por otros gobiernos de la región ubicados en la izquierda política.
En tercer lugar, el autor de la nota se esfuerza por presentar los resultados de las elecciones de 2014 y recientes encuestas realizadas por una consultora y un canal televisivo funcionales al gobierno como prueba suficiente de que la suerte ya está echada a favor del actual régimen. No obstante, en una muestra de notoria parcialidad excluye de su análisis las cifras catastróficas del reciente referéndum sobre los estatutos autonómicos. Esta sesgada forma de ver las cosas no es casual ni mucho menos pues es bastante probable que el columnista sepa que, a diferencia de lo que ocurre en las elecciones nacionales, subnacionales y locales, donde el voto rural vale más que el urbano, en el referéndum cada persona será un voto. Todo esto pone cuesta arriba las aspiraciones del gobierno que se verá obligado a competir de igual a igual con una oposición que dejado de asentarse en las figuras de los políticos tradicionales a quienes ha empezado a atacar con la mayor vehemencia. Sin embargo, ni los jerarcas de turno ni el desinformado ensayista parecen haberse dado cuenta de que ahora la lucha tendrá que ser contra un movimiento ciudadano que ya no responde a los cánones del pasado, sino más bien a nuevos íconos como “Petardo” que reflejan los remozados ideales del pueblo.
Para concluir, en relación con la conjeturada exitosa gestión del gobierno ante la Corte Internacional de La Haya, como he argumentado en una contribución anterior (Véase: http://oxigeno.bo/node/11189), tal vez el autor del artículo debiera preguntar al “binomio estrella” cuál será el mejor resultado posible en este caso, teniendo en cuenta que aun cuando la Corte obligue a Chile a negociar con Bolivia una salida soberana al mar, no queda claro ni el tiempo que tomará una resolución definitiva de este problema ni a cambio de qué se dará la misma.
El autor es economista.
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