Hernán Maldonado
Aquel 2 de abril del 2000, la joven Amira Muci se paró en la rueda de prensa que iba a ofrecer el comandante Hugo Chávez Frías en la ciudad de Maracay, y en nombre de sus 20 colegas periodistas, con un gran aplomo, le dijo:
“En vista de su reiterada actitud de irrespetarnos al considerar que nuestras preguntas son irrelevantes, que nuestras preguntas son nimiedades, nosotros, como profesionales de la comunicación, serios, conscientes del deber que tenemos que cumplir, que no es otro que informar la verdad, hemos decidido no plantearle ninguna pregunta en la tarde de hoy”.
Chávez que recién empezaba a gobernar y ya ofrecía “plomo verbal” a sus opositores, pasó del color rojo al amarillo pálido y se marchó. Aparentemente ahí tomó su decisión de tener su prensa propia y aplastar a la prensa libre de Venezuela. Con el empeño de un orfebre compró televisoras, radioemisoras, diarios, revistas para atiborrar al país con su inagotable verborrea para sus proclamas socialistas.
Todo lo demás es historia conocida. Sus propagandistas lo pusieron al lado (y muchas veces por encima) del gran Libertador Simón Bolívar. Le cambió el nombre al país, aumentó en una estrella la bandera, enderezó el cuello del caballo en el escudo nacional (según deseo de su hija menor), hizo que el himno nacional se cantara en todas sus estrofas. Y no le bastó.
Ebrio del poder y aclamado por los pobres, convertidos por él en mendigos dependientes de los jugosos presupuestos nacionales (el precio del petróleo pasó de $12 a $143 en menos de 10 años), ordenó la exhumación del cadáver de Bolívar y nombró una comisión ministerial para que probara que el Libertador no murió de tuberculosis, sino asesinado por la oligarquía colombiana y el “imperialismo”...
Algunos creen que la grosera manipulación de los restos del Padre de la Patria tuvo que ver con alguna santería. A los efectos prácticos, lo que resultó fue un nuevo retrato del rostro de Bolívar hecho en una computadora por “expertos” que, casualmente, tiene muchos rasgos afines a Chávez.
Ahora que la Asamblea Nacional, por decisión mayoritaria del pueblo venezolano, está en manos de la oposición, su flamante presidente Henry Ramos Allup ordenó sacar de la sede parlamentaria todo lo que tenga que ver con Chávez y que se reponga el retrato original de Bolívar, el mismo que el propio héroe aprobó cuando le fue pintado en Lima, en 1826 por José Gil de Castro.
Esto ha bastado para que el chavismo eche el grito al cielo arguyendo que la oposición ha ultrajado la memoria de su “héroe” y del Libertador. El vicepresidente Aristóbulo Isturiz ha ordenado que se coloque retratos de Chávez en todas las plazas y calles del país, donde las multitudes están más preocupadas que nunca en conseguir alimentos y medicinas, “gracias” a Chávez, destructor del aparato productivo del país con su socialismo del Siglo XXI.
El “mito del comandante supremo”, “líder galáctico”, está empezando a desmontarse y a ello están contribuyendo periodistas que, como Thays Peñalver, publican libros, basados en testimonios del propio Chávez y de quienes actuaron con él y que lo muestran como un incapaz, montonero, indisciplinado, sin ningún mando de tropas y que sus mayores éxitos como uniformado los adquirió como animador de fiestas castrenses.
Realmente éste dicharachero audaz ¿honró el uniforme militar?, como asegura el actual ministro de Defensa, Gral. Vladimir Padrino López. Tengo mis dudas. ¡Ah! Lo que Peñalver revela sin tapujos es que fue un producto de Fidel Castro y su G2. Lo que el barbudo no pudo con las armas, lo logró con los votos, pero el resultado en la atribulada Venezuela es el mismo que en Cuba: desastre político, económico y social.
El autor es periodista. Ex UPI, EFE, dpa, CNN, El Nuevo Herald. Por 43 años fue corresponsal de ANF de Bolivia.
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