Estudios realizados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) revelan que en América Latina el promedio de muertes a causa del alcohol es de 300.000 personas por año, cifra en constante crecimiento y de cuyos decesos un importante número corresponde a adolescentes. El informe incide en este consumo por persona, identificando a tres países de la región que sobrepasan los 9 y 8 litros anuales per cápita. Bolivia se anota en el rango de 5.9, ubicándose en el nivel medio de consumidores. El análisis no deja de anotar que “un 10% de los bebedores ingiere, en promedio, más del 40% del total de alcohol consumido” en América Latina y el Caribe. Como en el país no existen datos oficiales precisos sobre el particular, a ojo de buen cubero se puede calcular que ese 40% correspondería a un 15 o más por ciento, si se mira la expansión del alcoholismo a cada vez más colectivos sociales.
En nuestro medio muy marcadamente la bebida deriva en violencia familiar, feminicidios (con uno de los más altos porcentajes en la región), asesinatos, violaciones, inseguridad social, accidentes de tránsito, etc., etc. Nuestro nutrido calendario de feriados y fiestas, “prestes”, patronos barriales y mucho más, es motivo de borrachera, inclusive en calles y plazas. Los bares, discotecas y otros no conocen horarios ni límites de atención. Si existe vigilancia, ésta actúa esporádicamente. Alguna reglamentación señala las 4 de la madrugada como máximo, pero ningún local la cumple. Hace pocos días se clausuró temporalmente dos céntricos clubes nocturnos que sobrepasaron dicho límite. Esta medida resulta novedosa por lo extraño de su aplicación. No son pocos los locales en los que junto a la bebida se consume cocaína y demás drogas.
Notorios locales son escenario de asesinatos y pese a frecuentes clausuras continúan en funcionamiento. Además de la proliferación de marcas nacionales de estas bebidas, el contrabando nutre significativamente el mercado como parte importante de este comercio ilícito sin pausa y menos aún freno.
Este vicio ha contaminado alarmantemente a la juventud y a los colegiales desde temprana edad. La crisis moral y material de las familias abre ancho margen a este flagelo. Jovencitos y muchachas beben al mismo ritmo, protagonizando tristes escenas de borrachera y de drogadicción que no se ofrecía con anterioridad. La OMS registra que las mujeres se adscribían en un 4.6% al consumo, elevándose ahora al 13% en la región.
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