Punto aparte
I
Pocos nos hemos percatado que el cambio de siglo planteó una renovación generalizada en la política, la economía y la convivencia social. En alguna medida, algo de ello está ya en marcha, pero existen también rezagos fundamentales que tendrían que ser encarados con cierto apremio. El reloj de los tiempos sigue avanzando de forma imperturbable.
Los estudiosos de la materia inciden en el hecho de identificar al pasado inmediato como la segunda ola, en tanto que la presente época vendría a ser la tercera ola. Parecieran un tanto informales tales denominaciones, pero tienen el propósito de facilitar la comprensión de lo que se quiere decir.
A propósito de todo ello, Alvin y Heidi Toffler escribieron un opúsculo, que tiene el ilustrativo título de “La Creación de una Nueva Civilización”, en el que sostienen que estamos ya en la tercera ola.
Como punto de partida, establecen que “las élites de la segunda ola pugnan por retener o restablecer un pasado insostenible, porque gracias a la aplicación de sus principios, consiguieron riqueza y poder”, a la que se oponen o por lo menos resisten un cambio, como tendría que imponerse, con el ingreso a la tercera ola, sin traumas ni fatalismos.
En el plano político, que es la matriz insurgente de los cambios, se anota que “A diferencia de las “masas” de la era industrial, el creciente electorado de la tercera ola es muy diverso. Se halla desmasificado. Está compuesto de individuos que valoran sus diferencias. Su misma heterogeneidad contribuye a su falta de conciencia política. Es mucho más difícil de unificar que las masas del pasado”.
Esta conclusión se extrae de la realidad social de los Estados Unidos, pero puede decirse que sorprendentemente esto mismo está ocurriendo en Latinoamérica y, en particular, en Bolivia.
A las alturas de 2016, en el país no se perfila una novedad política concreta y robusta. De ahí que no es extraño que se diga en la actualidad que los partidos y los líderes políticos de décadas anteriores han perdido vigencia.
El síntoma más visible se pone de manifiesto en la juventud de este tiempo. Su indiferencia acerca de la política es impresionante, cuando en el pasado era el nido de donde surgían las distintas posturas políticas, que se traducían en la formación de nuevos partidos políticos. Al presente, no ocurre nada de ello y esto es muy significante. Coincide plenamente con las apreciaciones del libro sobre la insurgencia de una nueva civilización.
Puntualiza que “a lo largo de meses y décadas, toda la maquinaria legislativa mundial -desde las Naciones Unidas, en un extremo, hasta el municipio, en el otro- acabará por enfrentarse a una creciente y finalmente irresistible demanda de reestructuración”.
Anota también que “Todas estas entidades tendrán que ser modificadas de manera sustancial, no porque sean intrínsecamente malas, ni incluso se hallen controladas por éste o aquél grupo o clase, sino porque resultan cada vez más inviables e inadecuadas para las necesidades de un mundo radicalmente cambiado”.
“Para crear gobiernos viables -y llevar a cabo la que muy bien puede ser la tarea política más importante de nuestra época- tendremos que eliminar los estereotipos acumulados en la era de la segunda ola…”, continúa expresando.
Al levantar la vista y meditar profundamente, los bolivianos están con las mismas falencias. Pero esto no es de su exclusividad. Sucede lo mismo en todos los países del mundo. En Europa, de donde emergió la cultura occidental, tampoco se tiene un horizonte claro con miras a su futuro. La atonía se extiende a Estados Unidos, a Latinoamérica, al Medio Oriente e incluso al África.
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