Los más duros movimientos políticos de nuestro continente no han incurrido en la insensatez de considerarse ajenos a su propio país y proclamar su desaparición, a diferencia de otras facciones que anidan en nuestro propio suelo, como se verá más adelante. El movimiento zapatista mexicano, liderado por el comandante Marcos en Chiapas, uno de los más antiguos en la reivindicación de los derechos de los indígenas, proclamó rotundamente que primero y por encima de la ideología, se debe a México. Declaración con la que se asume parte de la gallarda Nación Azteca, sin exclusiones étnicas o sociales.
Del movimiento chavista puede decirse lo propio cuando, con sello consecuente, da a su país el título de República Bolivariana de Venezuela. Identificación explícita con el padre de la patria y Libertador de la mitad de Sudamérica, involucrando junto a su doctrina el plexo histórico venezolano. En suma, estos movimientos y otros afines podrán haber cometido infinidad de errores, pero han sabido conservarse fieles a su nacionalidad.
Mientras los citados -pese a considerarse revolucionarios en grado sumo- reafirman la pervivencia de sus Estados y se constituyen en parte de su evolución, en Bolivia algunos dirigentes de organizaciones indianistas renegaron y abjuraron de la bolivianidad, anticipándose como sus sepultureros y heraldos de su desaparición: “Boliviaru t´ukjañani” (EL DIARIO, 18/04/2001).
Es de todos conocido que esta amenaza aspira al resurgimiento del Kollasuyu, como consta en más de un documento indianista, a sabiendas de que la vorágine del tiempo lo hace imposible, como imposible es dar la espalda a cinco siglos de historia. Además que Bolivia es diversa en sí misma. Los ideólogos -propios o prestados- saben que al decirlo no pisan tierra firme sino apenas el suelo movedizo del simbolismo, pero les ha permitido algún rédito político. Un reduccionismo como este se abstrae de la rica simbiosis cultural o mestiza que marca tan nítidamente la realidad boliviana. Hay el peligro de que en el incesante camino hacia adelante, quienes vuelvan la vista atrás, al pasado, queden convertidos en “estatuas de sal”, como registra la parábola bíblica.
Lo que no puede menos que inquietar es que en el actual esquema de gobierno subsisten partidarios de esa desaprensiva postura apátrida, aunque al presente, después de 10 años de usufructo del poder, hablan de “nuestra querida Bolivia”. Entre éstos se cuentan en primera fila los aspirantes a postulaciones electoreras, disfrazando sus intenciones.
Como sucedáneo tenemos la negación de los próceres nacionales que, se quiera o no, edificaron la nacionalidad. ¿Acaso no se repudia a Pedro Domingo Murillo, como a tantos otros, y se quiere cambiar de nombre al símbolo urbano que recuerda su sacrificio? La República con sus luces y sombras es la base para la edificación de un mejor presente y futuro. No se puede edificar sólidamente sobre ruinas. Fracasaron quienes lo intentaron.
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