Se incide en que la conquista española impuso su civilización, y su religión a sangre y fuego, con métodos nada cristianos, que las más de las veces eran suplidos por cánones y formas que encarnecían al nativo, que nada sabía de la existencia de un dios extraño, extranjero, venido de allende los mares.
Pesan también la esclavitud, la mita, en los trabajadores mineros, y la servidumbre forzada a la raza indígena, sin embargo se debe destacar que la Iglesia tuvo una constante preocupación, frente a los desmanes de aquellos hombres con una conducta propia y exagerada de conquistadores en tiempos de guerra.
La Iglesia, tuvo una atención profunda por el destino de los indígenas en la colonia, por esto lanzó mandatos a sus seguidores inmediatos, obispos, clérigos y frailes, pregonando la igualdad de razas hacia aquellos llamados: “los piel de bronce, de ojos rasgados y pómulos salientes”, que son hijos de Dios, con todos los atributos otorgados a la raza blanca.
Conocedor el Vaticano de la situación planteada en la ocupación de las Américas, el Papa Pablo III lanzó una bula el 2 de Junio de 1537, que en sus partes más saliente expresaba:
“Que estos indios de raza diferentes, son capaces de recibir todos los Sacramentos y poseer ante Dios los mismos derechos humanos que un hidalgo español, o cualquier europeo y que la pena por su desmedida explotación es la excomunión”.
La Bula era muy clara, los explotadores de los indígenas eran instrumentos del demonio. Todo intento para esclavizar a los indígenas estaba condenado, al igual que la trata de esclavos. Esta primera declaración de igualdad entre razas, fue enviada al Arzobispo de Toledo, nombrándolo Protector de los indios de la América Española.
La Bula no fue bien recibida por los conquistadores, pero dio lugar a que el rey Carlos V establezca las nuevas Leyes de Indias, promulgadas en 1542, y que de alguna manera mejoraron la situación de los indígenas.
Estas leyes fueron después constantemente complementadas y aumentadas, obteniéndose finalmente en 1680: “La recopilación de leyes de los Reinos de las indias”, que procuraban el bienestar de los nativos; matar un indio era un crimen que debía ser castigado.
La Inquisición instaurada alrededor de los años 1600, 1650, excluyó de sus normas a los indígenas. Las leyes nuevas eran acatadas en México, y en los Perús. En el Bajo Perú se transgredió la ley y ni los virreyes ni las órdenes religiosas pudieron hacerla cumplir: la dureza de los españoles en América, era de todas maneras una infracción a la ley.
Sin embargo el resultado de estos esfuerzos se lo ve actualmente, según W. Lewis: “Es América del Sur, donde sobreviven los indios en gran mayoría, mientras que en América del Norte, su residuo es mínimo”.
Las órdenes religiosas tuvieron mucho que hacer en ese proceso, siendo en esa época la más numerosa La Orden de Santo Domingo, “los dominicos”; a ella pertenecían los sacerdotes Antonio de Montesinos y Bartolomé de Las Casas, si bien no llegaron al Perú las acciones a favor de los indígenas contra los abusos españoles, contribuyeron enormemente al mejor vivir de los indios.
La actividad de fray Bartolomé de Las Casas tratando de suprimir las encomiendas y la servidumbre, consiguió que se dictara las órdenes respectivas.
Cuando llegó la Independencia, la idea del Libertador Simón Bolívar fue crear una nación que aglutine: virreinatos y capitanías, con el nombre de la Gran Colombia, con su capital Las Casas; el objetivo era enaltecer el nombre del descubridor de América, y rendir homenaje a aquel sacerdote dominico que tanto luchó por la reivindicación de los nativos.
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