Miguel Sebastiano Chalup Calmotti
Para el 2011, el sector informal en Bolivia aportaba el 66% de la producción nacional y el 67% de la mano de obra.
Según estimaciones de la Fundación ARU, que estudia el sector informal en Bolivia, en 2011 éste aportaba el 66% de la producción nacional y ocupaba el 67% de la mano de obra. Los datos recogidos por ARU, promotora de investigaciones relevantes sobre la realidad boliviana, muestran que este gran número de personas está constituido por mentes ingeniosas que están constantemente solucionando problemas y generando nuevas formas de producir riqueza.
La gran problemática es que estas personas están hoy excluidas de las garantías que les debería asegurar el Estado y, de esta manera, sus actividades quedan fuera de las normas bolivianas de amparo social.
Estos emprendimientos si bien están exentos de muchas regulaciones y costos impositivos, están privados de seguridad institucional, lo que provoca que no tengan los incentivos para invertir en el largo plazo, actualizar sus maquinarias, entre otras cosas que limitan su potencial de crecimiento.
Estudios hechos en 2004 por el BID y el instituto Libertad y Democracia, calcularon que el capital muerto en Bolivia alcanzaba los US$ 53.96 miles de millones. Este capital está excluido de los beneficios de una economía moderna, ya que sus titulares no pueden acceder a derechos de propiedad sólidos que los respalden para obtener crédito, ni a un sistema de participación (acciones) que les permita capturar inversión, o una personería jurídica con la cual puedan ser identificados dentro y fuera del país.
En el año del estudio, está riqueza equivalía al 614% del PIB. Hoy el valor total de este capital muerto es muy probablemente mayor, ya que, aunque no haya aumentado la cantidad, éste tiene un valor de mercado muy superior al de aquel año, por el aumento en la demanda y por el nivel general de precios.
Es necesario destacar que este cálculo no toma en cuenta toda la riqueza intelectual e intangible dormida. Esta riqueza es creada a diario por las personas, pero que hoy no es calculable y no está siquiera mínimamente reconocida por las leyes, puesto que éstas siguen entrampadas en una especie de normatividad colonial y romana, más orientada a proteger el título de la tierra y los bienes inmuebles, que a promover los intercambios, la innovación y el comercio.
Como ha mostrado repetidas veces el economista Sala-i Martin de la universidad de Columbia, las ideas que hacen crecer la economía son aquellas que se convierten en oportunidades de negocios creando empleo y riqueza. Éstas provienen de todos los sectores, y a diferencia tal vez de lo esperado por muchos, solo el 8% proviene de científicos, mientras que el 92% surge de trabajadores, estudiantes, artistas callejeros y de una innumerable cantidad de personas creativas.
Para liberar estas fuerzas innovadoras y creativas no solo se necesita destinar un mayor porcentaje del PIB hacia la investigación y el desarrollo; también es fundamental que exista un ambiente institucional más seguro, que garantice a las personas que ellas serán los principales beneficiados del fruto de sus ideas y trabajo, y que proteja sus ideas de los grupos de interés que se pueden ver afectados por la destrucción creativa; que el Estado reconozca las nuevas formas de riqueza que crean los ciudadanos y que exista una regulación flexible, para que estas ideas -que son el motor del crecimiento económico en el largo plazo- sean fácilmente implementadas.
El autor es estudiante de Economía UAGRM.
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