Una tradición que jamás cambiará en Alasita es la de asistir a comprar a las 12 del mediodía, con la esperanza de que lo que se compra se convierta en realidad. Antiguamente se estilaba ir a la Catedral a hacer bendecir las compras; la gente concurría a misa únicamente por devoción a la Virgen de La Paz. No existían los saumerios ni las “challas”.
Para las niñas de antes era de rigor ir a la feria y hacer el “mercadito”; se compraba fogones, carbón, a fin de cocinar la delicia tradicional de “Alasita”, el “Plato paceño” y los chicos, por su parte, adquirían el infaltable pinkillo. Asimismo cigarros en miniatura que fumaban escondiéndose en los zaguanes. Éstos eran fabricados con cáscaras de papas o de hojas del plátano, venían en envolturas de marcas conocidas entonces como los “Caprichosos”, “Sucrenses”, “La Habanera”.
Otra compra favorita de los niños eran los soldaditos de plomo, representativos de los ejércitos napoleónicos, con uniformes azules y rojos. Asimismo los “gualaychos” y jovenzuelos en las ferias de antes adquirían los “sopletes”. Y gozaban haciendo gala de “tiro al blanco” a las chiquillas que escapaban de los balines del soplete, traviesas “chotas” de buen “thusu” y mejor parada.
Otra de las variedades de la “Alasita” de antaño, la cual persiste, eran las ediciones de periodiquitos bien escritos, con fondo literario jocoso de mucho ingenio y categoría.
Entre las costumbres que no se han perdido y son muy tradicionales, están las compras en Alasita de una casita, un autito, una chacarilla, etc. Con la esperanza de que esa compra se convierta en realidad en el curso de ese año.
Algo muy típico en Alasita es la emisión de billetes pequeños de varios valores y corte de la moneda nacional, es divertido pensar que en estos días, ya la plata boliviana no es atractiva, más bien se vende dólares y “euros”.
Por su parte las madres de familia de esas épocas, las cuales durante todo el paseo se habían visto acosadas por sus hijos, tratando de evitar sus pedidos para comprar todo lo que ellos veían, terminaban adquiriendo los famosos “quimsacharanis”, que se los vendía en la cuadra que queda detrás del Panóptico.
Eran muy apreciados los trabajos que realizaban los presos de San Pedro, especialmente los camiones, colectivos y caballos tejetas que ofrecían a la clientela de la feria.
Allí también se compraba enseres para el hogar, como ollas de barro cocido, chuas, wisllas y hermosas jarras bellamente decoradas, cubiertas de brillante barniz, traídas por las “cochabambinas”.
Todos los que asistían a la “Alasita” sabían lo que debían comprar, grandes y chicos. Las amas de casa adquirían toda una recova, enseres para el hogar, conservas, artículos de limpieza y un lindo par de macetas con geranios para reemplazar a la vieja pelargonia media seca del zaguán, o una enredadera de madreselvas.
Muchas añoranzas guardamos de la “Alasita” en San Pedro, los famosos pasteles, pancitos y kaukas de la “Llanta Baja”, quien cada año vendía en la esquina de la plaza. Todos se acercaban a ella a fin de admirar las fabulosas joyas que lucía en todos los dedos de sus manos, había que ver con qué finura manejaba las pinzas para vender sus pasteles, ya que los anillos le impedían mover los dedos con facilidad. Ella fue el símbolo de la “Alasita” y su recuerdo perdura. Los paceños de corazón no olvidarán los dulces de la Florentina, los ekekos de doña Flora y los exquisitos dulces y masitas de todas aquellas mujeres que con cariño y dedicación, hicieron de la Alasita de antaño una fiesta de elegancia, arte y amor por las tradiciones.
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