De la Mitología Griega

Midas y sus orejas de asno



Era Midas rey de Frigia, el país de los más hermosos bosques y jardines, hasta aquí llegó un día Sileno, maestro y compañero fiel de Dionisios, –Baco en griego–, el dios del vino y la alegría. Midas al enterarse de la presencia del fauno en su palacio, le prodigó espléndidas fiestas durante diez días y sus noches. Al undécimo día Midas acompañó a Sileno al sito donde se encontraba Dionisios, quien en justa correspondencia por el excelente trato dado a su amigo Sileno prometió concederle un deseo.

Midas sin pensar por un instante en las consecuencias, pidió al dios de la alegría, que hiciera que cuanto tocara se convirtiera en oro. El placer de la riqueza lo disfrutó menos de veinticuatro horas, el rey sufrió una serie de desventuras, incluso estaba al borde de morir de hambre, hasta que se libró del don que tan irreflexivamente solicitara.

Sin embargo, la mitología nos ilustra otro episodio de la vida de este pintoresco monarca, quien, estando presente en la prueba ce-lebrada por Apolo y Pan para determinar quién ejecutaba la mejor música, nuevamente se vio castigado por su estupidez.

Pan, el dios de los campos, era un consumado ejecutor de la flauta y deleitaba con su música a todos los que le escuchaban. Midas era uno de sus más grandes admiradores. Cierto día, en medio de una fiesta en el bosque, Pan se jactó de ser un consumado flautista, que ni Apolo con su lira podía superarlo. El dios de la luz y las artes, oyó las palabras de Pan y su enojo fue grande y lo retó a un concurso en el que un juez iba a decidir quien de los dos era el que mejor tocaba. Apolo propuso a Tmolo, el dios de las montañas como juez, quien sabrá decidir fácilmente qué música es más dulce y más bella.

A la noche siguiente, se reunieron en el bosque los concursantes, el juez, varios testigos, entre ellos Midas y la musa Polimnia. Pan tocó su flauta y su música pastoril solazó a Midas, su admirador. Luego, Apolo pulsó su lira. Tmolo concedió la victoria al dios de la lira, y todo el mundo aceptó la decisión, me-nos Midas, que cuestionó el veredicto de Tmolo. Apolo, indignado, se dirigió al inconforme monarca de Frigia, quien seguía insistiendo en que el fallo era incorrecto, que el ganador según él era Pan y su flauta. Entonces Apolo, furioso le dijo: quien crea tal cosa, no merece tener oídos humanos, sino de un asno.

No había acabado de hablar el dios, cuando ya empezaban a aparecer en la cabeza de Midas un par de orejas de asno. Al punto, Midas horrorizado por su horrible aspecto, corrió a esconderse en su palacio, sus enormes orejas las escondió bajo un turbante y no volvió nunca al bosque temeroso de caer en una nueva desgracia, si volvía a ver a sus amigos Pan y Dionisios. C.V.

 
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