La historia del Litoral y de la Guerra del Pacífico es la historia de la infamia contra Bolivia. Es el relato de la prepotencia y el abuso, pero también es la historia de la irresponsabilidad, el arribismo, la incapacidad de nuestros gobernantes del pasado que no supieron frenar las maniobras de la alevosa invasión chilena. Es una historia penosa e irritante de la que nuestros mayores apenas se enteraron, es la información que lacera el alma boliviana, que muy pocos la conocen ciertamente.
La pérdida del Litoral, el encierro que nos oprime, nos ahoga, nos priva de una salida al Pacífico y las trágicas consecuencias de esos hechos detienen el desarrollo nacional, entraban las relaciones normales y de fluidez de nuestras actividades comerciales con el mundo. Hay que hacer comprender la magnitud de esta tragedia, los procedimientos vedados que utilizó Chile para llevar adelante su guerra de conquista, despojo, usurpación y la toma por “la razón o la fuerza” del felón, artero, inescrupuloso en su conducta, que usó la fuerza bruta para la expansión de su territorio y usufructuar de las riquezas bolivianas.
No fueron solamente las riquezas del Litoral que codiciaron y despertaron las ambiciones de Chile, que llevaron a sus gobernantes a planear y ejecutar, pacientemente, la conquista del departamento costero. La invasión artera de 1879 respondió a intereses expansionistas y empresariales chilenos apoyados por los ingleses.
La creación de la Confederación Perú-Boliviana por el Mariscal Andrés de Santa Cruz fue vista con justificado recelo por los chilenos. Gobernaba entonces Diego Portales, era influyente político que se preocupaba del futuro de su país y veía con razón el peligro que significaba una Confederación que se afirmaba y acreditaba notoriamente. No tuvo dudas e inició de inmediato enérgicos y bien concebidos planes para buscar el fracaso de la unión peruana-boliviana, antes de que ésta adquiriese mayor volumen y prestigio.
El protector Santa Cruz estaba solo y en tierra extraña. La Confederación se había derrumbado como un castillo de naipes. En Arequipa renunció a la presidencia de la república de Bolivia. No cabía renuncia al mando de la Confederación porque ella ya no existía.
Sobre todo, además de ganar la breve guerra, los chilenos habían adquirido una valiosa experiencia. Eran más poderosos que Bolivia y Perú juntos y si bien su objetivo inicial era solamente desorganizar y alejar el peligro de la unidad Perú-Boliviana, ahora sabían, con certeza que ambos países eran víctimas de la política y de las ambiciones personales. Diego Portales, el cerebro, pudo establecer claramente que su país que estaba sumido en la mendicidad, podía crecer en extensión, sin dificultades pero con prisa.
Bolivia no solamente era un adversario de reducidas posibilidades, sino que además era víctima del caos y la anarquía y de la lucha política permanente. Sus gobernantes no se interesaban por su territorio ni por su soberanía, mucho menos por la preservación de sus riquezas en las que no tenían interés alguno. Sus dirigentes tenían una sola meta: la presidencia, el gobierno y los bolivianos seguían a unos y a otros exclusivamente por intereses personales, por lo que podían lograr si el político a quien seguían lograba llegar a la meta anhelada.
Chile ya había planeado la invasión del territorio de Atacama, sobre todo del Litoral en el Pacífico y asaltó el 14 de febrero de 1879. Se firmó el ominoso Tratado de 1904, hubo tratados incumplidos, agenda distraccionista y, por último, la demanda marítima fue llevada a la CIJ en La Haya.
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