Bolivia debe ser la nación que más padece en el mundo por esa enfermedad terminal que son los bloqueos en las carreteras o en las calles de las ciudades. Es terminal porque paralizar un país, dejar a toda una población inerme, sin movimiento, acosada por el cerco, acaba matándola. En otros lugares del planeta pueden existir esporádicos bloqueos, que duren algunas horas, pero son levantados a viva fuerza por el orden público o por los propios ciudadanos que no toleran tan abusiva violación a sus derechos.
No recuerdo en mi juventud ni en mi edad adulta, haber oído siquiera la palabra “bloqueo” o “paro movilizado”. Esto lo empezamos a oír primero y luego a padecer en la década de los 90, cuando en el Chapare los cocaleros interrumpían cada cierto tiempo la carretera Cochabamba-Santa Cruz, provocando daños sensibles a la economía de ambas regiones, principalmente a la cruceña. Hasta que en una oportunidad el bloqueo a Santa Cruz duró tres o cuatro semanas y ahí las pérdidas alcanzaron a los mercados internacionales que adquirían nuestros productos porque las empresas no pudieron cumplir en llegar oportunamente a los puertos de embarque. Como las naves no esperan que se solucionen los conflictos de nadie, se marcharon vacías y se perdieron esos mercados o hubo que recuperarlos con ruegos y humillaciones.
Luego, conformado el MAS, las organizaciones sociales que estaban influidas por ese movimiento, se dedicaron a bloquear calles, caminos y carreteras por todo y por nada. Les resultó el negocio político más rentable porque pusieron de rodillas a todos los gobiernos de entonces. Los “paros movilizados” inmovilizaban el país y el costo político para los gobiernos era notorio aunque el costo económico para la nación era mayor. Esos bloqueos salvajes y los “paros movilizados” tuvieron contra las cuerdas a Banzer y a Quiroga, pero tumbaron a Sánchez de Lozada y a Carlos Mesa. El bloqueo es el aporte político más importante que ha hecho S.E. a Bolivia, el verdadero “cambio”.
Hoy S.E. recuerda emocionado aquellas épocas de bandidaje, ufanándose de las averías que producía. Entonces no le interesaba a S.E. ni a sus seguidores cuánto daño económico se provocaba al país sino cuánto oxígeno le iban restando a los gobiernos constitucionales. Los bloqueadores empezaron a ver que con ese método la legalidad iba perdiendo prestigio ante una población indignada por tanto desorden y falta de autoridad. S.E., cuya única escuela política han sido los sindicatos cocaleros y los bloqueos, disfruta en público relatando aquellos años -heroicos para él- que inocularon el cáncer del cerco en Bolivia.
Ahora es el gobierno de S.E. quien padece de esta peste terrible y por supuesto que la sufrida población. Todos los días hay bloqueos y marchas en el país, porque la gente ya no concibe otra forma de protesta. Se debe reconocer que S.E. ha creado una escuela propia, pero una escuela muy peligrosa, la de la asfixia. Las pérdidas por los bloqueos no se pueden contabilizar fácilmente. Este actual paro del transporte pesado, por ejemplo, está provocando estragos. Probablemente los transportistas tengan razones para reclamarle al Gobierno por lo que cree que es un tratamiento injusto, pero la inutilidad gubernamental para solucionar los conflictos sociales no justifica que todos los bolivianos tengamos que pagar el pato y que, además, para colmo, tengamos que ser comprensivos con los bloqueadores. No somos comprensivos ni con los bloqueadores ni con quienes desde la Plaza Murillo son incapaces de dar soluciones oportunas a los problemas.
¡Bolivia, tierra de contactos! ¡Tierra de gravitaciones múltiples! Qué ingenuos que fuimos pensando que seríamos el nexo o la bisagra entre las naciones de la región, cuando no somos capaces de unir La Paz con Oruro. Cuando no se puede ir de Santa Cruz a Cotoca. ¿Así queremos ser parte de carreteras bioceánicas? ¿Así queremos ser parte del ferrocarril transcontinental? Eso suena a broma si vemos que Oruro, por un bloqueo, puede quedarse hasta sin Carnaval – su mayor ingreso anual y la carta de presentación nacional – si no pueden llegar a la gran “entrada” ni los buses con los bailarines que son cientos, ni los sufridos turistas, ávidos de ver diablos danzantes, que son miles. ¿Creerá el Gobierno que nuestros vecinos no leen los periódicos ni ven la televisión? ¿Pensará la Cancillería que los embajadores extranjeros se dedican, como los nuestros, solamente a promocionar el folclore y el amor a la Pachamama y no a informar sobre otros asuntos más importantes?
Lo del transporte pesado en vías de solución es una total calamidad, algo injustificable, que está acabando con la paciencia de la gente. Y el Gobierno, los masistas, inútiles para negociar bien, están agonizando luego de embucharse su propio veneno.
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