Añejerías paceñas

El carnaval en la ciudad de La Paz



El “ch’uta cholero”, cantando con voz fingida y entre brincos y pasos acordes a la música carnavalera ejecutada por una banda de músicos representa al carnaval paceño.

El nombre tradicional del carnaval entre los paceños, sean estos oriundos o llegados de las áreas rurales, es “anata”, palabra aymara que traducida al castellano dice “juego” o “tiempo de jugar”. El vocablo ya fue recogido por Ludovico Bertonio el año 1612. Para complementar la palabra aymara “anata”, se transcribe el siguiente párrafo: “La gente de las áreas rurales exclamaba ¡huipa!, que era el grito de alegría, y se echaban flores, mixtura y confites, con la denominación de “cha’llahua”, y se golpeaban las espaldas con el fruto del membrillo o la lucma, luego se colocaban entre los vecinos más destacados, padrinos y parientes, enormes rosarios con frutas de la época y flores a manera de guirnaldas colgantes ensartadas en hilos de lana de diversos colores y bastante pintorescos.

Época de su celebración. El carnaval es fiesta de fecha movible; generalmente cae en los meses de febrero o marzo, tiempo en que las papas, choclos, habas están maduras, el ambiente es tibio y todo invita al goce y al jolgorio.

Esta fiesta es celebrada casi en toda la ciudad y sus alrededores. Desde antiguo la división de los barrios siempre fue numerosa y se consigna los nombres de algunos: Santa Bárbara, Caja del Agua o Zona Norte, Challapampa, la de los carniceros; Villa Victoria, la de los artesanos y fabriles, Munaypata, Cementerio, Sopocachi, San Jorge, Miraflores, Villa Pabón, Chijini o Gran Poder y el centro. Eran sectores donde se celebraba el carnaval con todo el colorido y la algarabía de la gente.

Hasta mediados del siglo pasado, los festejos del carnaval se extendía por toda la semana de forma consecutiva, culminando en el domingo de tentación, aunque los feriados oficiales eran tan sólo de tres días, -lunes, martes y miércoles-, se daba inicio con el corso o entra-da el primer domingo de carnaval, con una fastuosa y bullanguera concurrencia del pueblo, que partía algunas veces desde la ex estación central y en otras desde la plazuela Eguino, bajando por la avenida América culminando en la Av. Camacho. Destacaban las comparsas y fraternidades de los diferentes gremios y clubes de la ciudad, también hacían su ingreso los carros alegóricos, acompañados de una improvisada banda de músicos o grupos de mandolinas, tarkas y concertinas, instalados en enormes camiones enjaezados de globos, mixturas y sus respectivos distintivos, -banderas y carteles-, desde allí los disfrazados repartían mixturas, serpentinas y confites, a cambio recibían baldazos de agua desde las altas casonas. El bullicio era total. Por otro lado, también se anunciaban los grandes bailes y con las mejores orquestas –Graduados, Tropicales, la Swingbaly, California, Flamencos; típicas –Fer-mín Barrionuevo- y conjuntos juveniles del momento –Signos, Ovnis, Four Star, en diferentes locales, teatros y cines –Fantáseo, Ferroviario, Torino, Novedades, Murillo, París, Tumusla, Pista Litoral, Odisea, los que eran acondiciona-dos para esta ocasión. Había dos funciones, por la tarde -matinée- y por la noche, hasta el amanecer. En estos ambientes se hacía derroche de vistosos decorados, de bebidas y de la buena música como la que titula “Borrachera, borrachera, tu eres la causa de mis peleas. . .”.

Desde las villas descendían para la entrada, numerosas comparsas de chutas, la de los carniceros –vacunos y ovinos-, los aljeris o comerciantes, amenizadas con famosas bandas como “Mauro y sus príncipes”, “Marisma”, ni qué decir de los pepinos que se aparecían detrás de estas comparsas, sumando miles y miles y que a su paso causaban desmanes entre las chicas. Venían bastante aprovisionados de harina y mixtura con la que embadurnaban a las muchachas y repartían garrotazos con sus “matasuegras” a todo aquel que se aparecía al frente.

El pepino, chorizo, sin calzón era el más atrevido, aparte de enamorar a las muchachas, atraían a los chiquillos con su “chauchita, chauchita” y luego de lanzar algunas monedas, y estos al momento de recogerlos recibían terribles garrotazos con la “matasuegra” hecho de cartón aprensado. En fin, qué tiempos aquellos.

Para ser partí-cipe de una de estas comparsas, había que perte-necer al gremio o alguna agrupación vecinal, además de disponer de buen dinerito, porque había que poner cuota para la banda, para el disfraz, para las bebidas, para la comilona y otros gastos. El organizador de estos eventos festivos era generalmente una familia de bastantes recursos y muy conocido, por no decirlo popular, con espacio en su casa para la visita de la fraternidad. Las comparsas comenzaban dos meses antes para organizarse y mandar a confeccionar los disfraces.

Era común ver algún borrachito bailando y cantando sólo, para terminar gimoteando en alguna gradería hasta quedar vencido por el cansancio y el sueño.

Según crónicas, hasta principios del siglo pasado, los artesanos constituían la clase mayoritaria y casi siempre eran promotores de las grandes festividades que se realizaban en nuestra ciudad.

Ni qué decir del martes de ch‘alla, donde se hacía derroche de mixtura, o pétalos de flores, serpentina, papel (seda) de colores, globos coloridos, abundante alcohol, vino y cerveza. Desde la seis de mañana las casas, terrenos, carros, máquinas, herramientas de trabajo y todos los bienes se envolvían con serpentinas y globos, deseando siempre que todos estos duren por mucho tiempo. Luego, cuando el hambre apretaba el estómago, había que servirse el tradicional “puchero”, o en todo caso, platos en base a la carne de cerdo. Posteriormente, ya con la barriga llena a beber y dar rienda suelta a la alegría y jolgorio que trae el carnaval. . .

 
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