La última reunión del Celac ha puesto de manifiesto que con excepción de Bolivia y Venezuela, ningún país ha expresado algo sobre lo que ya es tedioso: derecha, izquierda, neoliberalismo, imperialismo y otros términos intrascendentes. Nada de socialismos, sean del Siglo IXX o del XXI, pues éstos pasaron a la historia y fueron derrotados. En el Celac, que pretende relaciones con todos los países, poco a poco se ha venido logrando entendimiento mutuo, con respeto a las posiciones ideológicas de unos u otros; han surgido elementos de confianza mutua, sin lo cual es imposible avanzar en política.
Todos han utilizado lenguaje respetuoso, manifestando propósitos de integración y llevar adelante acciones conjuntas para acabar con la extrema pobreza; fijar políticas de entendimiento; lograr que organismos económicos como BID y BM y otros flexibilicen créditos para programas de desarrollo; no inmiscuirse en la política interna de ningún país; renunciar a estereotipos, otorgar un poderoso impulso a los esfuerzos que se hace por establecer nuevas relaciones entre todos los países.
Considerando estas determinaciones políticas de la reunión del Celac, la política interna boliviana causa vergüenza. En Bolivia parece no haber todavía madurez política. Me refiero ante todo al diálogo político, lo que es importante si se quiere mantener la democracia. Éste debería ser intenso y abierto, para resolver los problemas de fondo, en vez de la confrontación, necesitamos intercambiar criterios constructivos en vez de acusaciones recíprocas o insultos entre los protagonistas del ya descalificado referéndum del próximo 21 de febrero.
La realidad de hoy en Bolivia es tal que se impone un diálogo que asegure una marcha constructiva de los procesos de cambio que requieren de una participación constante y activa de todos los estamentos sociales del país. Sin motivo, el Vicepresidente junto a algunos elementos oficialistas con marcada desesperación oficiosamente llevan adelante una intensa campaña política con acciones mediáticas y públicas en diferentes lugares del país, ante gente convocada con gran dispendio económico.
Para lograr respaldo se hace entrega de obras, lo que es obligación del Gobierno, no constituye alguna concesión al país. La campaña por el SÍ está cobrando tal dimensión como si el poder del que hoy disfrutan se les estuviera escapando de las manos. Se menosprecia con odio a quienes no comparten sus opiniones desgastadas o expresadas con su acostumbrada falacia, manifestando incluso que si gana el NO se acortará el mandato al presidente Morales, lo que nada tiene que ver con el propósito del próximo referéndum.
Considero que nadie les está arrebatando el poder económico ni el control político que tienen todavía por cuatro años más. Con su proceder ponen al descubierto su catadura moral y la angurria de poder.
Se instruye a empleados de la administración pública salir bulliciosamente por las calles de los centros urbanos para querer demostrar respaldo que ya van perdiendo.
Pero es importante señalar que corren el riesgo de que ante el acelerado desgaste y la tremenda corrupción que existe en las instituciones del Estado, lo más probable es que incluso con el famoso SÍ que pretenden en las elecciones del 2019 salgan derrotados. Pero ello no será un retorno al pasado porque el pueblo tampoco permitirá el retorno al poder de aquellas figuras corruptas y desgastadas. Por eso el pueblo debería estar tranquilo y no estar preocupado desde ahora. El poder corrompe, el poder desgasta.
Recuerdo un pasaje de la historia política de Bolivia durante el oprobioso gobierno del MNR. Ante una oferta que le hicieron a Oscar Únzaga de la Vega para participar en ese gobierno, en un mensaje a la Nación manifestó hidalgamente, mostrando entereza moral que se ajusta al actual momento político: “Ni complicidad con el presente ni retorno al pasado”.
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