Se llama “apthapis” a las reuniones que son celebradas el Miércoles de Ceniza y el Domingo de tentación, después de haber festejado los carnavales y la “challa del martes”, como una especie de despedida a los días de jolgorio y bailes carnavaleros.
Los “apthapis” de las lindas épocas de antaño eran preparados y hechos con mucho entusiasmo, ya que precedía a la Cuaresma; en esos tiempos el pueblo era ferviente católico y guardaba con mucha rigidez los preceptos de la Iglesia.
Estos tradicionales “apthapis” de Cuaresma eran organizados de acuerdo con el entusiasmo y decisión de compadres, familiares y amigos, quienes convenían el lugar y hora de la reunión campestre.
Durante los bailes y reuniones que se habían llevado a cabo en los días de carnaval, comparsas y reinas acordaban de antemano el lugar del “apthapi”, generalmente se citaban para el festejo en las “chacarillas” de Poto Poto (Miraflores), Challapampa, Chijini, Tembladerani o Sopocachi, y alguna que otra vez en “Los Obrajes”.
Para el éxito del “apthapi” los caballeros acordaban, en bien rociadas reuniones previas, para dar sus respectivas colaboraciones; cada cual se hacía anotar uno o dos fardos de cerveza, otros ofrecían los cocteles, algunos una o dos “damajuanas” de vino, sin que falte algún “chumeño” que llevaba la “chicha”.
Por su parte, las señoras convenían sus respectivos aportes, unas se hacían cargo del plato fuerte, el “picante surtido” (un plato exclusivo de La Paz), otras del lechón, las humintas, la fruta y alguna que otra mistelita.
Una vez que todos los invitados habían llegado, comenzaban las rondas de cocteles de tumbo, de ciruelas. La segunda rondita correspondía a los “guindaditos” y los riquísimos coctelitos con pisco de Sapahaqui, Caracato y Luribay, el “Ormaco” o Resacado de Potosí.
Los invitados jóvenes se dedicaban a jugar con “romasa”, mixtura, serpentina, chisguetes y polvos de arroz, talcos Atkinsons, Mirurgia o Coty, finos e importados polvos que rociaban y espolvoreaban a las damas. Los mayores libaban en medio de tertulias interminables. Más tarde, cuando los ánimos estaban encendidos por los buenos cocteles, llegaba el momento del plato fuerte, el “gran picante paceño” rociado con cerveza boliviana nacional o con un buen vaso de chicha de los valles de Timusi, Chuma o Moco Moco. Las damas, por su parte, manteniendo su elegancia y cordura, calmaban la sed bebiendo “soda wáter”, “Champagne cola” o un “tejti de mani”.
Es de hacer notar que en todas las chacarillas de La Paz había siempre un buen salón de baile con piano y al calor de las cervezas, coctelitos y chicha, se bailaba al son de la buena música, tocada por algún pianista improvisado que nunca faltaba, más los muchos que llevaban sus acordeones y concertinas, guitarras y violines, mandolinas y charangos.
Nuestros abuelos eran amantes de la música y la mayoría de ellos tocaba algún instrumento. Así, pues, se bailaba con donosura y picardía, rondas, pasacalles, mecapaqueñas y huayños paceños, donde tomaban parte jóvenes, viejos y hasta niños. Qué decir de nuestras cuecas, las damas demostraban su coquetería y gracia femenina y los hombres provocativos hacían despliegue de su destreza y galantería varonil, inigualable hoy.
Luego de haber pasado un día alegre, jugando, comiendo, bebiendo y bailando se organizaban las “pandillas”, danza tradicional de esas épocas, para regresar de los “apthapis”, entrando por la plaza Murillo.
Es para el recuerdo de los paceños de tradición en estos tiempos, rememorar cómo el Miércoles de Ceniza, a eso de las ocho de la noche, se podía ver a grupos de alegres comparsas, que de todos los alrededores de la ciudad regresaban de los “apthapis” bailando en alegres pandillas, con sus respectivos músicos, todos cubiertos de mixtura, serpentina y lazos de amor.
Muy tradicional era ver al hombre vistiendo la mantilla de su compañera y a la mujer luciendo el sombrero del varón.
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