[Armando Mariaca]

“Dejar hacer y dejar pasar”, la careta mundial de la corrupción


¿Cuánto daño hizo y hace la frase del epígrafe en la vida de la humanidad? ¿A cuántas hondonadas hizo caer a gobiernos y regímenes de toda laya? ¿Cuánta falsedad, hipocresía y soberbia encierra para que sea pretexto y argumento de quienes se adentraron en los campos de la corrupción?

La Organización de Transparencia Internacional dio a conocer un estudio sobre la práctica de la corrupción y, para mostrar los puestos que cada país ocupa -entre 168 naciones-, hace la siguiente clasificación: Venezuela en el lugar 158, Argentina 107, Bolivia 99, México 95, Brasil 76, Cuba 56. Indica el estudio, en forma decreciente a otros países y los menos corruptos son Costa Rica 40, Chile 23 y Uruguay 21. Nombra a Dinamarca como el país más transparente de los 168 y, por el contrario, Corea del Norte y Somalia como los estados con los sectores públicos más corruptos. La misma información no hace referencia a otros países del mundo habida cuenta que en todos, en mayor o menor proporción, existe este mal.

La corrupción tiene, desde siempre, muchos trajes, diversas caras y caretas; ha sido y es combatida con muchas frases, promesas, programas, intenciones, propósitos, juramentos y compromisos de gobernantes legales y de facto; tiene enemigos declarados - aunque nominalmente- en todo tipo de revoluciones (morales, institucionales, renovadoras y hasta ideológicas); cuenta con enemigos serios, descuidados, proclives a los peores cambios; sin embargo, es práctica casi obligada de todos ellos porque resulta ser el instrumento más eficaz para salir de entuertos y problemas no sólo graves políticamente sino institucionales y morales porque se divide en dos partes: corruptores y corruptos, que siempre van unidos, comparten todo y sienten que, sin ellos, nada marcha, nada prospera, nada pasa y nada resulta.

Funcionarios honestos, aún inocentes e ingenuos, reciben propuestas, se dejan tentar por centavos o por miles de dólares y caen en las redes de elementos corruptos que están llanos a recibir cada vez más, a mejorar sus técnicas de enriquecimiento para aparecer con el tiempo “con herencias de abuelitos” que hace mucho tiempo pasaron a mejor vida después de sufrir pobreza, hambre y enfermedades. Gran aliado de la corrupción es el “dejar hacer y dejar pasar” practicado por funcionarios que “no ven ni oyen nada”, que, moviéndose en una pista de baile de corruptores y corruptos buscan “nuevas caídas y mordidas o comisiones honestas”.

Esos funcionarios, “honestos”, “conspicuos”, “dignos ciudadanos” se enriquecen desmedidamente y hasta hacen gala de “haber ganado con honradez y en servicio de su país” (cuando ese país sólo les pagó un salario, indigno para su incapacidad y deshonestidad). Esa política, practicada por un funcionario cualquiera siembra, esparce, multiplica, amplía los horizontes de la corrupción. Dentro de esta práctica está el dicho “hoy por ti, mañana por mí”. Este resulta ser un seguro que muchas veces se traspasa a los que llegan a tener poder y cada quien, a su turno, cuida lo que hizo el anterior esperando que el que queda cuide su seguridad y su honorabilidad.

Si se está en gobierno de facto, los adulones, los que cooperan “estrecha y honestamente”, los que son “leales a toda prueba y hasta la muerte”; si se está con un gobierno constitucional, los que son “del partido”, “han luchado”, se “han sacrificado”, “han dado su vida”, “se han preparado para un buen servicio” -pese a la práctica del “camaleonismo”- han sido “leales y consecuentes”; en fin, de ese amplio espectro de adulones, compadres, ahijados, parientes y hasta enemigos arrepentidos, han estado llenos los gobiernos de muchos países.

Los pueblos, inocentes e ingenuos -pero no tontos ni estúpidos- han escuchado siempre promesas de altas virtudes cívicas, de vocación y conciencia de país, promesas de vencer a la pobreza, al narcotráfico, a la corrupción, y a todo lo que complota contra el Estado y contra el gobierno; lógicamente, promesas de un trabajo honesto, transparente, limpio, responsable y constructivo; pero, la realidad se ha impuesto y se ha demostrado corrupción en hechos que han complotado contra el bien común, contra las arcas financieras del Estado que han sido despilfarradas, gastadas a gusto y sabor de quienes no han sabido observar conductas dignas.

Dentro de la misma política -práctica de todos los países- está el caso de los bienes decomisados, conjuntamente drogas, al narcotráfico, bienes de los que poco o ninguna información ni rendición de cuentas se da y cuyo destino generalmente nadie conoce. Así, muchos gobiernos, directamente o no, han puesto en práctica las conductas de “dejar hacer y dejar pasar” sin que tribunal alguno diga su palabra y muestre los caminos legales para condenarlos porque la corrupción también ha llegado a los estrados judiciales donde parecería que todo pasa, se consiente y se acepta porque todo tiene un precio. Muchos son los delitos de carácter político, económico y social cometidos en “aras de la seguridad nacional”, “del buen gobierno” y de “vigencia democrática e institucional”.

Cada quien, examinando mínimamente su conciencia, en partidos políticos, en gobiernos de todo tiempo y de todo país, en entidades financieras y en grupos de toda laya, ingresando en su pasado podrán ver y establecer cuánto mal hicieron con la conducta de corrupción que, día a día, años tras años y gobiernos a gobiernos han dejado estelas de lo que no debe hacerse, de lo condenable por injusto, atrabiliario e indecente. Dios, en Su infinita sabiduría y misericordia, conoce corazones y conciencias que merecen condenas por lo mal hecho, por lo malhabido y por lo que no se hizo en beneficio de los pueblos.

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