Una semana antes, las tropas chilenas ya estaban en Calama y esperaban la orden de abrir fuego. En el asalto, ocuparon el desguarnecido centro comercial portuario de Antofagasta. A través de una rápida acción revelaban que habían terminado su cuidadosa preparación para invadir y apoderarse del Litoral, cumpliendo planes de 1842. Chile antes de la alevosa ocupación estaba en difícil situación económica, de la pobreza pasó a la opulencia. Antofagasta le sacó de la miseria.
El presidente Aníbal Pinto ordenó a las tropas chilenas de las tres naves desembarcar en Antofagasta el 14 de febrero de 1879, luego tomar Mejillones, Caracoles, Cobija, Tocopilla y Calama.
Bolivia en 1879 y años antes también atravesaba por un mal período económico, por sequía, hambre, peste, muertes y enfermedades.
La fecha de usurpación estaba señalada de antemano, pues el enviado especial chileno en La Paz, Pedro Nolasco Videla, había comunicado la ruptura de relaciones el 12 de febrero. Bolivia carecía de telégrafo, solo existía la línea La Quiaca, Argentina y Tupiza, Potosí. La noticia de invasión a Antofagasta llegó al consulado boliviano en Arica a cargo de Manuel Granier, el 20 de febrero, quien remitió de inmediato la comunicación de urgencia a La Paz
La noticia de la ocupación de Antofagasta la había recibido el cuestionado presidente general Hilarión Daza la noche del 25 de febrero de 1879, en martes de carnaval, cuando junto con su gabinete daban rienda suelta al jolgorio entre serpentinas y mixtura en la casa del intendente de policía, coronel José María Valdivia. De pronto la banda dejó de tocar, hubo silencio, Daza y sus acompañantes abandonaron el recinto para dirigirse a Palacio. La infausta noticia la traía el emisario “chasqui” Gregorio Colque (el Goyo), indígena estafeta que había salido de Tacna, Perú, el jueves 20 y llegó a La Paz el 25 de febrero, después de muchos sacrificios.
En Antofagasta, a las seis de la mañana, mucha gente iba a sus fuentes de trabajo y vieron que el blindado almirante Lord Cochrane y la corbeta O´Higgins con dos compañías a bordo, fondearon en la bahía junto al blindado Blanco Encalada, que ya se encontraba anclado en ese puerto desde el 8 de enero. Inmediatamente la artillería de esas naves al mando del coronel Emilio Sotomayor, empezó a abrir fuego, con cañonazos que alarmaron a la población boliviana, no a los residentes chilenos, pues de 15.000 habitantes muchos eran de ese país y apoyaban la invasión.
Unos 3.000 forajidos de poncho y levita se amontonaron y fueron a la Prefectura y la ocuparon, intimando rendición al prefecto coronel Severino Zapata y a su secretario Soria Galvarro. En la plaza de Antofagasta ubicaron cañones, ametralladoras para resguardar el asalto. Contaban con material bélico inglés. Mientras tanto, la fuerza armada boliviana ni un buque de guerra tenía, apenas una pequeña guarnición de 60 gendarmes con fusiles de baqueta, restos de la insignificante guarnición que había dejado el general Daza, luego de haber dado un golpe al doctor Tomás Frías.
La tropa chilena sedienta de sangre y los “rotos” pedigüeños ultrajaron a indefensas mujeres, se cometió atrocidades, hurtos, saqueo de almacenes y tiendas, provocando incendios, derribando puertas a culatazos, acribillando a ciudadanos que se cruzaban en su camino. Familias íntegras amedrentadas huyeron a otras latitudes, incluso al Perú.
La política expansionista de Chile fue alentada por nuestra frontera desguarnecida, por el desinterés y abandono en que se encontraba el Litoral de Atacama. Luego se “pretextó” que Bolivia había violado el tratado de 6 de agosto de 1874 al haber dispuesto el impuesto de 10 centavos al salitre explotado por la Compañía Anónima de Salitres y de Ferrocarril de Antofagasta, un consorcio chileno-británico.
Los industriales chilenos, ingleses, alemanes y de otras naciones, desde los años de independencia incursionaban, explotando, operando a su gusto en nuestras extensas costas. Así comenzó el despojo y la penosa historia del Litoral. Chile rapiñó a Bolivia un territorio inmenso de ricos yacimientos.
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