“Su Majestad el rey Carlos (…) ha resuelto ceder, como cede por el presente, todos sus derechos sobre el trono de España y de las Indias a su Majestad el emperador”. Con estas palabras fue con las que, en 1808, Carlos IV (rey hasta entonces de una buena parte de la Península Ibérica y aún una considerable extensión de América) otorgó a Napoleón el trono de España. Decisión a la que posteriormente se unió también su hijo Fernando, que ya había demostrado sobradamente su sumisión a él en otras tantas ocasiones. Padre y retoño hicieron entonces posible que el gabacho fuese dueño y señor de España y de sus gentes.