Para curarnos del mal del “micro”, “minibús” y “radio taxis” que sufrimos los paceños, evocaremos con nostalgia a los simpáticos y alegres tranvías, mudos testigos de mil y un romances, dimes y diretes, criticas, charlas e intrigas políticas, confesor de penas y culpas, encubridor de besos robados, peleas conyugales, riñas políticas y tantas otras cosas que se olvidó junto a sus restos venerados.
El campanillero del tilín… talán… era característico anuncio del paso del tranvía por las calles de la ciudad. Cuesta arriba, cuesta abajo, desde la Estación Central, por la avenida Montes, la Pérez Velasco, las calles Comercio, Illimani, Loayza, Potosí, Socabaya, Mercado, El Prado, avenida Arce, San Jorge, hasta Obrajes, desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche, subían y bajaban, deslizándose sobre los rieles los rimbombantes tranvías, demostrando a su paso toda la dicha y prosperidad de esos lindos tiempos, de las décadas del 1910 al 1930, cuando el dólar valía dos bolivianos con 30 centavos y la libra esterlina 12 con 50.
Habían pasado cien años de la magna Revolución del 16 de Julio. 1909 era el año del Centenario del Primer Grito de la Independencia Sudamericana y el pueblo paceño festejaba con entusiasmo aquella legendaria epopeya. La Municipalidad de La Paz tenía que patentizar esa vez su querencia y amor a la ciudad y así lo hizo. A las doce en punto, en un ambiente de fiesta de vivas, hurras, salieron de la cochera de Challapampa los “tranvías eléctricos urbanos”, listos para estrenarse ante la presencia del presidente Ismael Montes.
Embajadores de países amigos, dignatarios de Estado, la Municipalidad en pleno, presidida por el presidente del Concejo, señor Héctor Ormachea, dio comienzo a la solemne bendición de los tranvías. El obispo de la Paz, Nicolás Armentia, fue el encargado del bautizo de los hermosos vehículos.
Siguió la “challa”, las madrinas hacían estrellar botellas de champagne francés en los “guardachoques”. En esa ocasión la Municipalidad confirió una medalla de oro al señor Horacio Ferrecio, Gerente de The Bolivian Rubber General Enterprise”, por su labor en la ejecución del tendido de los rieles en la ciudad.
Salieron de las cocheras de la Estación de la avenida Montes, esquina Uruguay, con los colores de la enseña nacional: rojo, amarillo y verde.
A su paso por las calles el pueblo vitoreaba regocijado, lanzando mixtura, flores y serpentinas. Los tranvías en su primer viaje llegaron hasta San Jorge, donde terminaba el primer tramo de rieles, el área se extendió hasta allí entonces, para después ser ampliado, tomando Miraflores, llegando hasta la ciudadela del Estado Mayor, entonces el “Hipódromo Nacional”. Otra línea iba hacia el Cementerio General y una última al barrio de Sopocachi, culminando en el Montículo.
Estos bellos tranvías de manufactura francesa eran elegantes y señoriales, igual a los tranvías de París, un poco más pequeños para vencer la topografía tan especial de nuestra ciudad.
Eran 40 los tranvías que hacían este servicio de transporte urbano en la ciudad y había también los que llevaban pasajeros a El Alto.
La dirección y el mando estaban a cargo del “motorista”, quien comandaba el carro con toda circunspección y seriedad. Se hallaba trajeado con uniforme azul, galones y botones dorados, camisa blanca con cuello y puños planchados y gorra de militar. Del mismo modo estaba vestido el “cobrador”, con su “escarcela” en mano se hacía cargo del boletaje y el dinero. Existía un personaje más: el Inspector, encargado de revisar y comprobar si todos los pasajeros habían pagado por sus boletos, marcándolos con una pequeña perforadora.
Los tranvías rojos eran de primera clase, destinados especialmente para pasajes de la “elite” paceña, el boleto costaba 20 centavos. Valía la pena pagar tanto, puesto que los asientos eran elegantemente tapizados en mimbre.
Los amarillos, con asientos forrados de cuero, eran para segunda clase y el pasaje era de 19 centavos, precio módico para oficinistas, empleados de comercio y personas sin distinción de clase social. Los tranvías verdes tenían dos compartimientos, uno de primera y otro de segunda. No se permitía bultos de ninguna naturaleza.
Era de ver a los pijes “dandis” petimetres de esa linda época subir al tranvía, ellos preferían ir en la “plataforma” para mostrarse “pitucos” y farsantes, luciendo sus pantalones de fantasía, el pajizo a la pedrada, sosteniéndose con movimientos estudiados en sus modernos “bastones”, luciendo su pinta ante las buenas mozas que transitaban por la calzada.
Viejo tranvía de los recuerdos, nadie sabe a dónde fuiste a parar, despareciste como todo lo bello e inolvidable, sin embargo vives aún en la memoria de los viejos paceños que no han olvidado tus bondades y que en las largas e interminables filas esperando un micro, ¡añoran escuchar tu “tilín…talán” tan querido!
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