Bolivia tiene muchas afinidades con México, algunas de sus instituciones han servido de modelo al país, tal vez porque ese país tiene fuertes raíces indígenas con sistemas de organización propias que difieren bastante de la organización que de alguna forma heredamos de la colonia o de la influencia europea.
Por ejemplo, Bolivia al proyectar la Reforma Agraria de 1953, copió en gran medida el modelo mexicano, de tal manera que se estableció un sistema mixto de propiedad privada al mismo tiempo que se preservaron las comunidades indígenas, con sus usos y costumbres. Posteriormente se solicitó la cooperación del Land Tenure Center de la Universidad de Wisconsin, la cual trabajó varios años en Bolivia, para acelerar el tema central, la distribución de la tierra y los sistemas de titulación de la misma. Lamentablemente el proceso, después de más 60 años, aún no se ha concluido y prosigue el proceso de adjudicación y titulación mediante el INRA.
Pero, el tema hoy es otro. Los últimos acontecimientos en el país, que mostraron ribetes de telenovela asociados al apellido Zapata, me hicieron recuerdo a ese gran movimiento social político mexicano, el movimiento zapatista, nombre en honor al revolucionario mexicano Emiliano Zapata. Por ello me di a la tarea de revisar ese fenómeno que persiste en la política mexicana.
Según nos informa la enciclopedia libre Wikipedia, El 1 de enero de 1994, el autodenominado Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) de forma sorpresiva y sin una declaración previa, inició una insurrección armada en el estado de Chiapas, conocida como Levantamiento zapatista. Una vez producidas las ocupaciones, emitieron la Declaración de la Selva Lacandona, por la que declararon la guerra al Gobierno mexicano a la vez que pidieron “trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz”. La causa esgrimida fue el acuerdo firmado por México sobre el tratado de Libre Comercio, el cual según ellos significaba una “sentencia de muerte” para los indígenas mexicanos.
Como se puede apreciar, nos separan apenas 12 años, desde esa declaración. Desde entonces el ELN con la instalación del primer campamento zapatista en Chiapas, al que llamarían “La Pesadilla”, amplía su área geográfica de influencia.
Este movimiento hizo tres planteamientos mínimos: 1) La defensa de derechos colectivos e individuales negados históricamente a los pueblos indígenas mexicanos. 2) La construcción de un nuevo modelo de nación que incluya a la democracia, la libertad y la justicia como principios fundamentales de una nueva forma de hacer política. 3) El tejido de una red de resistencias y rebeldías altermundistas en nombre de la humanidad y contra el neoliberalismo.
La lucha de estos grupos prosigue hasta el presente, ya con una organización que cubre una considerable extensión del territorio mexicano en la parte sur del mismo.
El movimiento zapatista nacional tiene características completamente distintas, su liderazgo tiene una cabeza desconocida, y su representante visible, por la cual asociamos al movimiento mexicano, es más bien una ejecutiva exitosa que, a sus 29 años, ha logrado el impresionante logro de ser la Gerente local de una poderosa empresa china que, mediante acciones no guerrilleras precisamente ha logrado captar una importante cartera de proyectos en temas diversos, cuyos montos de contrato exceden varios centenares de millones de dólares. Su sede, a diferencia de Chiapas, parecería estar ubicada en una zona residencial importante de la ciudad de La Paz.
Otra diferencia sustantiva es que mientras el movimiento zapatista mexicano lucha por la reivindicación indígena y gobiernos locales comunitarios, el movimiento local apunta a apoyar a un grupo que representa el nuevo capitalismo mundial.
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