Desde siempre, el bloqueo ha sido medio para sumir a los pueblos en el hambre, la pobreza, las enfermedades y otros males que la humanidad ha soportado. El bloqueo ha sido, en siglos pasados, el sistema más efectivo para conseguir la rendición de los contrarios en guerras y enfrentamientos de conquista que muchos hombres y naciones han emprendido. Ante sus consecuencias, muchas personas han muerto por hambre y enfermedades y pueblos enteros han sido arrasados por males de toda laya debido al hambre, la sed y otros ocasionados por los encierros o impedimentos para acceder a bienes que permitan la subsistencia.
En nuestro país, desde la década de los años 90, por decisión de dirigentes sindicales irresponsables se ha bloqueado a muchas regiones del país y, especialmente, toda la producción del Chapare cochabambino que fue víctima de tan calamitosa medida que ha impedido el tránsito de automotores y personas y, en muchos casos, ha provocado la destrucción de alimentos como frutas, tubérculos, otros que, destinados a la exportación, se habían descompuesto por ser perecibles; debido al impedimento de llegar a los mercados argentinos, por ejemplo, se ha perdido importantes contratos y se tuvo que conseguir nuevos clientes.
Los bloqueos, actitud radical del terrorismo, obligan a las personas a renunciar a sus derechos de locomoción, anulan todas las libertades y destruyen esperanzas de desarrollo y progreso; es una medida que, por sus consecuencias, siembra temores porque afecta a enfermos que, al utilizar vehículos de transporte, no pueden llegar a hospitales para atender casos graves de salud. Quienes bloquean o incitan a esa medida, no tienen conciencia ni sentimiento de solidaridad alguno; lo que cuenta para ellos es satisfacer su soberbia y la insanía de causar daño, de obligar a las autoridades o a quien sea a obedecer sus tenebrosos designios; no importa a los bloqueadores todo el daño que puedan causar y, en algunos casos, cuanto más daño y perjuicios causen, mucho mejor, es apropiado para sus designios que, en todo caso, buscan la satisfacción de intereses mezquinos al conseguir que sus propósitos se concreten.
Hay que convenir, además, que las fuerzas policiales son insuficientes para reprimir este delito y, cuando intervienen algunos efectivos de las fuerzas armadas, lo hacen tibiamente y tampoco consiguen los resultados que la colectividad precisa para verse librada de mal tan terrible y perjudicial porque el bloqueo atenta no sólo contra los derechos de la colectividad sino que daña seriamente a la economía nacional, destruye la producción de alimentos y artículos de uso y consumo, obstruye la libre circulación en ciudades y cuando se produce en caminos, impide el acceso a importantes sitios donde hay población precisa de ser comunicada, atendida por el servicio público de transporte. Bloquear es criminal costumbre de quienes, al no tener argumentos para el diálogo, buscan el medio más efectivo para conseguir sus objetivos. El bloqueo, por principio, debía ser declarado al margen de la ley y sus incitadores deberían sufrir sanciones enérgicas.
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